miércoles, 14 de diciembre de 2016

EL AMOR AL PAPADO

P. Fernando Gioia, EP. Heraldos del Evangelio.
En el florecer de la Adoración Eucarística, de la devoción a la Santísima Virgen y el amor al Papado, está el camino al triunfo de la Santa Iglesia. Dedicaremos este tercero, y último artículo, al papel del amor al Papado.
Así como en María, con María, por María llegamos a Jesús, podremos afirmar también que es en Pedro, con Pedro y por Pedro que llegamos a Jesús. El Papa es Jesús que nos habla pero sin la “presencia real”, así como en la Hostia Sagrada está Jesús “presente”, pero no nos habla.
Poniendo todo el peso de su autoridad soberana, Jesús le dice a Pedro: “Ahora yo te digo, tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). Edificar su Iglesia, dar a Pedro el poder específico y su misión: “Jesús define a Simón Pedro como cimiento sobre el que construirá su Iglesia. La relación Cristo-Pedro se refleja, así, en la relación Pedro-Iglesia” [1]. La promesa de Nuestro Señor de instituir sobre la persona de Pedro la Santa Iglesia y de que “el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18), con la finalidad de enseñar a los hombres las verdades eternas para su salvación, era tener un maestro infalible que las enseñe. Ese “Pedro”, esa Cátedra, la del Papado, que no caiga en error en materia de fe y costumbres, al interpretar la Escritura Sagrada y la Tradición de la Iglesia.
No sólo Pedro fue hecho el fundamento, piedra de Su Iglesia, sino que al mismo tiempo le entregó las llaves del reino de los cielos (Mt 16, 19) y lo instituyó pastor de su rebaño (Jn 21, 15-17). Lo hizo “principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, así de los obispos, como de la multitud de los fieles” (LG 23, CIC 882), confiándole su rebaño, incluyendo como podemos ver, a la Jerarquía Eclesiástica.
A lo largo de los siglos, la grandiosa misión del Papado, con su admirable continuidad, la vemos en lo que se puede calificar como eje y fundamento de la historia de la Iglesia; y por ser eje de la historia de la Iglesia es el eje de la historia del mundo. Nace de estos principios la importancia en nuestros días de una devoción creciente, con adhesión llena de sumisión, a la Cátedra infalible de Pedro, a la persona del Papa que en continuidad al Magisterio de siempre, lleva en sus manos el timón de la “barca” de la Iglesia: “Ubi Christus ibi Deus; ubi Ecclesia ibi Christus; ubi Petrus ibi Ecclesia”. Sólo estaremos unidos a Nuestro Señor Jesucristo, mediante una unión sobrenaturalmente fuerte, unión de vida y de muerte, a la Cátedra de Pedro. Donde está Pedro, ahí está la Iglesia de Dios [2].
En su última sesión, el Concilio Vaticano I aprobó la Constitución Pastor Aeternus que fundamentada en la Escritura, y en los Padres de la Iglesia, transmite el carácter de perpetuidad al primado de Pedro, así como el sumo y universal poder de jurisdicción del Papa sobre toda la Iglesia, definiendo el dogma de la infalibilidad pontificia, adhiriéndose fielmente a la tradición recibida de los inicios de la fe cristiana enseñaba que: “El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres”.
Y el Concilio Vaticano II reafirma que “el Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente” (LG, 22).
Podremos cerrar estas consideraciones sobre el amor a Jesús Sacramentado, a María Santísima y al Papa, afirmando que son los tres pilares de la vida espiritual de todo católico verdadero. Sin estos amores, el mundo será un túnel oscuro, en que el caos, la confusión, el horror, dominarán todo.
Estas tres devociones son el “cuerpo espiritual” del carisma de los Heraldos del Evangelio. Que florezcan en todos nosotros, para que la Santa Iglesia triunfe. De lo contrario, tarde o temprano, todo será decadencia.
[1] JUAN PABLO II. Audiencia General, 25 de noviembre de 1992.
[2] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A solenidade de amanhã. Legionario, 17-2-46.
Publicado en: www.lausdeo.world

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