Por P. Fernando Gioia, EP. (Heraldos del Evangelio).
El Mensaje de la Virgen en
Fátima, transcurrido en el año 1917, no fue dirigido solamente a las
generaciones de esos comienzos del Siglo XX. Destacadamente podremos decir, sin
temor a ser desmentidos, que fueron palabras dichas para nuestros días, para
cada uno de nosotros.
Con el pasar de las décadas - nos estamos aproximando al Centenario -, se han
ido confirmando cada vez más las predicciones de la Santísima Virgen
transmitidas a los tres pastorcitos, dándole autenticidad a las que aún no se
cumplieron. El Mensaje, no ha concluido
su “fuerza profética”, en el decir de San Juan Pablo II. Este Papa, que visitó
tres veces durante su Pontificado el Santuario de Fátima, tiene numerosas e
impactantes afirmaciones al respecto. En una homilía recalcaba que el contenido
fundamental del Mensaje “son la verdad y el llamado del propio Evangelio”
(13-5-1982). Alertaba en esos momentos de los intentos de apartar el nombre de
Dios del mundo, y firmemente decía que: “la Iglesia se siente interpelada por
ese mensaje”. Singularmente invitaba, hace más de treinta años, a releerlo con
el corazón amargado, apreciando cómo el pecado adquirió un fuerte derecho de
ciudadanía.
En la Misa de Beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta hacía
presente los horrores de las dos guerras mundiales, entre las tantas víctimas
habidas en el siglo pasado en: “campos de concentración y exterminio, los
gulags, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, la droga, los
atentados contra los hijos por nacer y contra la familia”. (13-5-2000). No
dejaba de destacar, en esta misma homilía, de cómo la Santísima Virgen en
Fátima vino a pedir a los hombres que “no ofendieran más a Dios, Nuestro Señor,
que ya ha sido muy ofendido’”. Fue una “severa advertencia”, en palabras del
entonces Cardenal Ratzinger - después Benedicto XVI - “ante los peligros que se
ciernen sobre la humanidad”. (Informe sobre la fe, 1985)
Las apariciones en Fátima fueron las más proféticas de las apariciones
modernas; no fue la propia Santa Iglesia que las impuso, sino que, en el decir
del antiguo Cardenal Patriarca de Lisboa, Manuel Cerejeira, “fue Fátima que se
impuso a la Iglesia”.
Aproximándonos a nuestros días, escuchemos las palabras del actual obispo de
Leiría-Fátima monseñor Antonio Marto (11-10-2007): "Fátima no se cumplió
totalmente… tenemos un camino muy abierto para Fátima, en el siglo XXI, sin con
todo cerrar puertas a las sorpresas de Dios. Creo que hasta la conmemoración de
los cien años de las Apariciones, el Señor nos traerá aún sorpresas que en este
momento, ni nos pasan por la mente, ni por la imaginación para descubrir aún
más facetas de la belleza y de la riqueza de este mensaje".
Las “sorpresas” que aún nos podrán traer los acontecimientos no las podemos
imaginar. Podemos considerar, eso sí, en torno a los textos conocidos del
Mensaje y observando el mundo que nos rodea, que desde los tiempos de Fátima,
por un lado ha habido un progreso material que impresiona. Pero, tristemente
debemos decir que presenciamos un declinar de las costumbres como nunca antes
se había visto, encontramos a la humanidad en lo que podríamos calificar un
delirio horrible de decadencia. Las modas se degradaron, la institución de la
familia sufre una inestabilidad asombrosa, la impiedad y la corrupción moral
campean por todos lados. Prodigiosa crisis moral, que es en el fondo una crisis
religiosa. Crisis también, en la Santa Iglesia; que el mismo Benedicto XVI,
sorprendiendo a no pocos decía a través de Radio Vaticana (10-5-2010): “la
persecución más grande a la Iglesia no procede de enemigos externos, sino que
nace del pecado en la Iglesia”.
Un malestar profundo se siente en el momento presente. Es sólo abrir los
periódicos de mañana que todo es una sorpresa. Tensiones, desorden,
descontentos; guerras y terribles convulsiones sociales de todo tipo recorren
el mundo entero.
Es inútil que se intente disfrazar la gravedad de la hora que vivimos. Fátima
se presenta ante nosotros como una de las más trascendentales profecías de la
Historia. Un Mensaje lleno de advertencias, pero también de misericordia y de
esperanza. Son acontecimientos que se están desarrollando, es pasado, presente
y futuro.
Muchos de los pedidos de la Santísima Virgen no han sido atendidos,
especialmente el que podríamos considerar fundamental, la enmienda de la vida:
“No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está muy ofendido”. No vemos a la
humanidad dispuesta, en un acto de humildad, a golpearse el pecho y pedir
perdón a Dios por los pecados con que es ofendido. Hay un desprecio al Mensaje
de Nuestra Señora. El gran líder católico brasileño Plinio Corrêa de Oliveira,
hace bastantes años, recordaba que: “se puede decir que el Mensaje de Fátima es
el olvidado por excelencia. Olvido que no es apenas olvido sino somnolencia,
indiferencia al respecto del mensaje tal vez más importante de la historia del
mundo”. Comprobamos así que un cambio de rumbo de la humanidad pecadora se va
tornando cada vez más improbable. La degradación moral no cesa de aumentar.
Desde 1917 hasta nuestros días los pecados, tanto individuales, como públicos,
como de las naciones e instituciones, no hacen sino crecer. Esto nos acerca a
la realización de las previsiones hechas por la Virgen en Fátima: “Si atienden
a mis pedidos Rusia se convertirá y tendrán paz. Sino, esparcirá sus errores
por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos
serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán
aniquiladas”.
Oración y penitencia, la Comunión Reparadora de los cinco Primeros Sábados, la
Consagración de Rusia y del mundo a su Corazón Inmaculado Corazón, fueron las
condiciones que la Santísima Virgen puso para evitar los castigos: “si atienden
a mis pedidos”. Pero, vemos con tristeza que la ofensa a Dios creció y que el
mundo no rectifica su camino hacia una regeneración moral.
Con una luz de esperanza, en medio de los horrores y ofensas que presenciamos,
el texto de la llamada Segunda Parte del Secreto de Fátima, después de anunciar
una sucesión de calamidades si la humanidad no se convirtiese, concluye
categóricamente, sin anteponer condición alguna: “¡Por fin, Mi Inmaculado
Corazón triunfará!”, perspectiva grandiosa de la universal victoria del Corazón
regio y maternal de la Virgen María.
Terrible hora de castigos, admirables momentos de misericordia. Volvamos
nuestras miradas a Aquella que es llamada Estrella del Mar, María Santísima,
que nos guiará en medio de las tempestades.
Publicado por La Prensa Gráfica de El Salvador, 12 de mayo de 2017.