viernes, 23 de diciembre de 2016

Comentario al Evangelio de la Natividad del Señor (domingo 25 diciembre)

por Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP

[...] En esta bienaventurada noche, al depararnos con un Niño y Dios al mismo tiempo, ternura y veneración se unen en nuestras almas en un acto de adoración a Aquel que nos creó y nos redimió. La consideración de la grandeza dadivosa de este amor divino que asume las insuficiencias de nuestra naturaleza, predisponiéndose a sufrir todo, sacrificándose hasta la muerte de cruz por el deseo de hacernos bien, arranca de nosotros –a pesar de nuestra maldad- los mayores actos de gratitud y de reciprocidad. Aquella creatura indefensa crecerá y, adulta, manifestará su bienquerencia por todos, recorriendo plazas y calles de incontables ciudades de su país, curando los enfermos, restituyendo el caminar a los paralíticos, la voz a los mudos, la audición a los sordos, la vida a los cadáveres. Reportándose siempre al Padre, sin jamás dejar de perdonar a quien quiera,  de sus pecados, dulce y afable con sus discípulos, nunca salió de los límites de su pobreza y humildad.
Juan da testimonio de Él y clama: “Este era aquel de quien yo dije: El que ha de venir después de mi es más que yo, porque existía antes que yo. Todos nosotros participamos de su plenitud, y recibimos gracia sobre gracia; porque la Ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad fueron traídas por Jesucristo”.
Con los ojos puestos en el Niño Jesús, y por la intercesión de María y José,  agradezcamos  los incontables beneficios descendidos e infundidos sobre nosotros a partir de aquella Noche Santa,  e imploremos la gracia de la santidad.  Así, libres de todo pecado, pasemos no sólo una noche, sino una Eternidad Feliz.

Artículo completo en: Comentario al Evangelio de la Natividad del Señor

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