por Mons. João Scognamiglio Clá Dias,
EP
Dos criaturas
puramente humanas intervienen en el acontecimiento más grande de la Historia:
la Encarnación del Verbo. Ante el silencio de María de cara a la realización en
Ella de este sublime Misterio, San José atraviesa por una prueba terrible y
desgarradora. Y practica, también en silencio, uno de los mayores actos de
virtud jamás realizados sobre la Tierra.I – DOS SILENCIOS SE ENTRECRUZAN
San Mateo nos narra con breves e inspiradas palabras el acontecimiento más grande de la Historia, la Encarnación del Verbo, y los episodios siguientes.
A primera vista, la sencilla descripción del Evangelista puede darnos la impresión de que todo ocurrió de una manera suave y plácida, sin espacio para ningún tipo de sufrimiento y menos aún para la terrible probación que llevó a San José hasta la decisión extrema de “abandonarla [a María] en secreto”.
Tanto en este pasaje del Evangelio como en el de San Lucas que, con idéntica sencillez, relata la Anunciación del ángel a María (cf. Lc 1, 26-38), nos deparamos con realidades situadas en el más alto plan de la Creación, únicamente accesibles a nuestra inteligencia por la luz de la Fe, que nos permite vislumbrar los grandes misterios de la gracia y de la gloria.
Como revela el ángel, María será Madre por obra del Espíritu Santo, sin concurso humano. Precisamente por este motivo se diría que San José es un mero complemento en la Sagrada Familia destinado a representar el papel de padre tan sólo para efectos civiles y de opinión pública. Luego su función podría no ser dispensable quizá en el plan de la Encarnación del Verbo, y, por tanto, en la Redención del género humano.
Sin embargo, una consideración más profunda del Evangelio propuesto para este cuarto domingo de Adviento nos revelará atrayentes verdades a respecto de este varón incomparable, padre adoptivo de Jesús y esposo de la Virgen Inmaculada.
Artículo completo en: Evangelio del IV Domingo de Adviente
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