[...] ¡ENTREMOS EN ESA ESCUELA!
Hemos de cuidar, pues, de no constituir en falsos dioses a la técnica, la
salud, el dinero, los estudios o las capacidades personales. ¡Nada de idolatría
ni de orgullo! El que establece divinidades para sí mismo, olvidándose del
único Dios, se vuelve ciego de Dios. Éste mal es peor que la pérdida de la
vista, ya que quien lo padece termina por no entender las verdades que el Padre
sólo revela a los pequeños. ¿De qué le sirve a una persona participar en una
carrera, habiéndose preparado para conseguir la máxima velocidad, si cuando el
juez de salida da la señal avanza a toda prisa fuera del circuito y en la
dirección equivocada? Es lo que le pasa al infeliz que se presenta ante el
supremo Juez —¡mejor lo hiciera con las manos vacías!— con las manos manchadas
de orgullo e idolatría.
El joven rico, por ejemplo, fue aparentemente un pequeño, que acabó tirándose
al precipicio de la idolatría. Menos ilustrado que los Apóstoles, porque no
formaba parte de los seguidores de Jesús, debía, por lo tanto, mostrarse más
pequeño que ellos. Sin embargo, su extraordinario aprecio por los bienes que
poseía lo llevó a no dar oídos a la promesa del Señor: “tendrás un tesoro en el
Cielo” (Mt 19, 21). Fue invitado y lo rechazó porque no quiso ser pequeño...
Por el contrario, el que se entrega por completo y entra en el discipulado de
Cristo, abrazando su yugo, siente enseguida cómo éste es suave y ligero. Las
leyes que Él estipula proporcionan el anhelado descanso, perfeccionan la
inteligencia, fortalecen la voluntad, templan y requintan la sensibilidad. Nos
dan, sobre todo, la oportunidad de alcanzar la felicidad para la cual hemos
sido llamados: la santidad.
Seamos humildes como el Señor Jesús es la Humildad, manso como Él es la
Mansedumbre, buscando en todas las cosas ser santos como Él es la Santidad. En
la práctica de esas virtudes, a ejemplo del divino Maestro, encontraremos la
paz y la santa alegría para nuestras almas.
(Mons.
João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre
los Evangelios”, tomo I, Librería Editrice Vaticana)
Texto
completo en: Comentario al Evangelio – XIV Domingo del Tiempo Ordinario
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