[...] III – El alma que dio frutos en plenitud
¿Quién ha oído y comprendido por completo esta parábola, sino María Santísima,
que seguramente de ella tomaría conocimiento con insuperable admiración y amor?
Al hablar de “tierra buena” y de semilla que produce ciento por uno, muy
comprensible sería que Jesús estuviera pensando en su Inmaculada Madre, la
tierra fertilísima por excelencia para hacer florecer la semilla divina en
plenitud.
La vida entera de la Santísima Virgen fue un continuo sí a la voluntad de Dios.
Cuando Él la inspiró a que hiciera voto de virginidad, Ella asintió con todo
entusiasmo. Al serle anunciada la Encarnación del Verbo, su respuesta fue:
“Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), y la Palabra se hizo carne en esa
tierra inmaculada. Al oír de los pastores lo que los ángeles les habían
comunicado, Ella guardó en su corazón todas estas palabras (cf. Lc 2, 51). Y lo
mismo hizo durante toda su vida con todo lo que los adorables labios de su
divino Hijo pronunciaban, hasta el “Consummatum est!”.
Constata el P. Garrigou-Lagrange, escribiendo con fervor marial: “Es un
consuelo pensar que hay un alma que recibió plenamente todo lo que Dios quería
darle y que nunca detuvo el resplandor de la gracia sobre las demás almas.
Existe un alma absolutamente perfecta, que, sin obstáculo alguno, dejó manar en
sí misma el río de vida divino que nunca estuvo un solo instante por debajo de
lo que Dios deseaba de Ella”.
En fin, el Corazón Inmaculado de María Santísima es un Evangelio vivo, cuyas
maravillas aún están por ser conocidas.
Roguémosle a Ella, protectora por excelencia de todos los que quieren oír y
poner en práctica la palabra de Dios, la gracia de que no dejemos ninguna
semilla que hayamos recibido sin que produzca todos los frutos esperados por el
Creador.
(Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios”,
Tomo I, Librería Editrice Vaticana).
Texto completo en: Comentario al Evangelio– Domingo XV del Tiempo Ordinario
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