viernes, 16 de septiembre de 2016

“Suicidios, prevenir y querer vivir”, reflexión de Mons. Pablo Galimberti

La Organización Mundial de la Salud dedica 24 horas al año a una epidemia fatal: el suicidio. Anualmente unas 800 mil personas en el mundo son víctimas de este fantasma. En nuestro país golpea fuerte: en 2015 alcanzó la cifra más elevada de América Latina: 643 casos.
Seamos claros: todos atravesamos momentos en que quisiéramos “borrarnos” del mapa. Pero si estos relámpagos persisten, urge pedir ayuda.

Los vínculos familiares importan. La joven Marielle estaba en el Bataclan Concert Hall de París cuando los terroristas invadieron el edificio. Angustiada, se escondió durante tres horas en una pequeña ducha temiendo lo peor. El primer mensaje que envió fue a sus padres: Voy a morir, los amo. Milagrosamente a la una de la madrugada fue rescatada por las fuerzas de seguridad.
Sucede a menudo que cuando las personas afrontan situaciones de muerte inminente, hacen algo simple pero significativo: se comunican con sus familiares para decirles cuánto los aman. En lugar de dejarse aplastar por ese destino que las sorprende, piensan en personas significativas y expresan el afecto hacia ellas.
Cuando alguien atraviesa momentos de profunda depresión, es probable que intente conectarse con personas que signifiquen vínculos fuertes. ¿Qué ocurre cuando estos vínculos o rostros que expresan amor incondicional no vienen a la memoria contagiando coraje? Más que mero recuerdo, la familia comunica un influjo vital. El rostro de los padres queda impreso en la psique de manera profunda y de ellos se heredan valores, tradiciones y conductas. La contención familiar previene suicidios.
Veamos otro enfoque: en la vida común ocurren frustraciones de muchos tipos. ¿Cómo prepara la familia o los educadores para asumir algunas “frustraciones” inevitables? ¿O se les grabó a los hijos, desde pequeños, la idea de que pedían y les daban, lloraban y la mamá corría, rompían y la abuela reponía al instante el juguete? ¿Cómo reacciona un padre cuando a su hijo lo excluyeron del equipo de fútbol por “patadura”?
En la vida no somos ganadores en todas las disciplinas. También perdemos partidos. Admiro a las madres de hijos con síndrome de Down. En el campo de concentración, el psiquiatra Viktor Frankl comprendió que junto con los valores de creación (hacer, fabricar o producir algo), a veces nos toca asumir valores de actitud. Cuando no podemos cambiar una situación: muerte de un ser querido, me bocharon en un examen, cerró la empresa donde trabajo, aparece una enfermedad, te dejó tu novia-o.
En La psicopatología de la vida cotidiana, Freud advirtió cómo los actos fallidos y los gestos de autoagresión –observados en los accidentes, en los delitos y en determinados comportamientos que se desvían de su objetivo- revelan un espíritu masoquista, depresivo y suicida.
Por último, la “religión” tiene su importancia. “Re-liga”, conecta con un Tú que habita los espacios interiores. “Converso con el hombre que siempre va conmigo –quien habla solo espera hablar a Dios un día-“(A. Machado). Para un cristiano Dios nos habla por medio de Jesucristo. No somos una barquita zarandeada en el mar. Alguien navega conmigo. Pero si de esto está casi prohibido hablar, muchos no se enteran de esta buena noticia. No alcanza el horóscopo.
La vida no es propiedad sino un préstamo. El amor a sí mismo junto con el amor a Dios son un ancla en todas las tormentas.


Columna del Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, publicada en el Diario “Cambio”, del viernes 16 de setiembre de 2016

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