viernes, 23 de septiembre de 2016

Comentarios al Evangelio del XXVI Domingo del Tiempo Ordinario-Año C (Domigo 25 de septiembre)

(Domigo 25 de septiembre)
Por Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP
“Predicad toda la verdad sobre el Infierno”

[...]El texto evangélico nos narra a continuación un tal tormento del rico entre las llamas eternas, que una simple gota de agua sería suficiente para refrescarle  la lengua.  Un abismo separa los dos mundos, el Cielo del infierno. ¿Será real esta tragedia?


La Revelación es abundante en esta materia: “¿Quién de nosotros podrá habitar en el fuego devorador, en las llamas eternas?” (Is 33, 14). El Evangelio nos habla catorce veces sobre el infierno con expresiones categóricas como estas: “fuego inextinguible” (Mc 9, 43), "... su gusano no muere y el fuego no se apaga..." (idem, 48); "...y los lanzarán en la hornalla de fuego. Allí habrá llanto y  rechinar de dientes” (Mt 13, 42). Y el Apocalipsis: "Serán lanzados vivos en el abismo abrasado de fuego y azufre para ser atormentados noche y día por los siglos de los siglos" (20, 10).
Por esto, el condenado de la parábola ruega a Abraham que mande a Lázaro a su  casa paterna para convencer sus cinco hermanos sobre el “lugar de tormentos”,  en el cual se encuentra para siempre. Según su criterio, el ideal sería que “alguien del mundo de los muertos fuese a ellos” para advertirlos sobre los horrores del castigo eterno, pues de esta manera se convertirían. Abraham es muy incisivo en su respuesta, declarando que también los otros cinco hermanos terminarían por ser lanzados en el infierno, si no creyeran en Moisés y en los profetas.
Según se puede deducir de estos versículos, hasta el precito de la Parábola considera indispensable explicar la existencia del infierno. Y, de hecho, este es el empeño de los Santos y del propio Magisterio infalible de la Iglesia, como lo declaró en cierta ocasión  el beato Pío IX: “Predicad mucho las grandes verdades de la salvación, predicad sobre todo el infierno; nada de medias palabras, decid, clara y altamente, toda la verdad sobre el infierno. Nada es más capaz de hacer reflexionar y de conducir a Dios a los pobres pecadores”.
También es claro el lenguaje de nuestro actual catecismo: “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia y la eternidad del infierno.  Las almas de los que mueren en pecado mortal,  descienden inmediatamente después de la muerte a los infiernos, donde sufren las penas del infierno, ‘el fuego eterno’. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios el Único en quien el hombre puede tener la vida y la felicidad para las cuales fue creado y a las cuales aspira”.
Sobre la eficacia de la creencia en los fuegos eternos, uno de los escritores del siglo XIX, el padre Frederick W. Faber, afirmaba: "La más fatal preparación del demonio para la venida del anticristo es el debilitamiento de la creencia de los hombres en el castigo eterno. “Si fuesen estas las postreras palabras dirigidas por mí a ustedes, les recuerdo que nada yo querría imprimir tan profundamente en vuestras almas, ningún pensamiento de fe  -después da la Preciosísima Sangre-  os sería más útil y provechoso que sobre el castigo eterno."
Recordémonos siempre que nuestra muerte puede ser súbita y cuán necesario  es vivir con las disposiciones de alma de Lázaro, en la mayor resignación frente a los infortunios, desprendidos de los bienes de este mundo, fuertes en la oración, en la práctica de la Religión y de la virtud, ardorosos devotos de la Madre de Dios, y así gozaremos de la felicidad eterna.
(CLA DIAS EP, Monseñor João Scognamiglio in “Lo inédito sobre los Evangelios”.  Librería Editrice Vaticana).



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