Ciertas
figuras de ficción atraviesan las generaciones. Una de ellas es Sherlock
Holmes, el perspicaz detective inglés.
Se hizo famoso por su capacidad de deducir certezas a partir de vestigios insignificantes: una puerta trancada, un poco de ceniza de cigarrillo en un rincón, u otros detalles, Sherlock podía llegar a la solución de intrincados casos.
Lo mismo ocurre con nosotros. Y no es necesario ser un Sherlock para, a partir de detalles de la naturaleza, percibir algo más alto.
Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica, máxima obra en el género, afirma que Dios colocó vestigios (*) de sus perfecciones en las creaturas. En el Evangelio, el propio Jesús usa analogías en las parábolas: los lirios del campo, los pájaros, la viña, el trigo, el mar, etc.
Si no fuesen pronunciadas por los labios del Divino Maestro, ¿quién osaría
compararlo a... una gallina? Sin embargo, Él hablaba del desvelo de la gallina
por sus pollitos como reflejo de su amor por los hombres (Mt 23, 37). “Maestro,
cómo es el Reino de los Cielos”, le preguntan.Se hizo famoso por su capacidad de deducir certezas a partir de vestigios insignificantes: una puerta trancada, un poco de ceniza de cigarrillo en un rincón, u otros detalles, Sherlock podía llegar a la solución de intrincados casos.
Lo mismo ocurre con nosotros. Y no es necesario ser un Sherlock para, a partir de detalles de la naturaleza, percibir algo más alto.
Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica, máxima obra en el género, afirma que Dios colocó vestigios (*) de sus perfecciones en las creaturas. En el Evangelio, el propio Jesús usa analogías en las parábolas: los lirios del campo, los pájaros, la viña, el trigo, el mar, etc.
Jesús, la Sabiduría eterna, usa de las imágenes más comunes para responder: “El Reino de los Cielos es semejante a...” –y completa con las imágenes o situaciones más simples: la moneda perdida, un sembrador, la pesca, la inocencia del niño y otras. Usamos estas analogías en el día a día para expresar cosas más elevadas, por ejemplo, cuando decimos: “Fulano tiene ideas luminosas”; o “el ambiente estaba pesado”. O también “Beltrano parecía alegre como un niño”, mientras otro “sólo tiene pensamientos sombríos”.
Lo mismo ocurre cuando contemplamos la naturaleza. Sea en una linda puesta de sol, sea un picaflor o en mimosos gatitos. O tal vez observando una noche estrellada, o una tempestad. El mar en furia o sereno.
Nosotros mismos, al crear un ambiente, buscamos, a través de cosas materiales, exteriorizar realidades más altas. Vea la ilustración de abajo, tomada casi al ocaso, de un rincón de la Basílica Nuestra Señora del Rosario, en el Seminario internacional de los Heraldos del Evangelio.
Seminario internacional de los Heraldos del Evangelio
No es preciso ser un
Sherlock Holmes para percibir que estos vestigios hablan de la grandeza y de la
sabiduría de Dios. El Creador dejó la
línea punteada. Es sólo juntar los puntos...A quien le falta la percepción de esos vestigios, podríamos decirle la conocida frase de Sherlock a su auxiliar:
— ¡Elemental Watson, elemental!
(*) Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ed. Loyola, São Paulo, 2003, Volumen 1.
Texto original en: Não é preciso ser nenhum Sherlock