La mirada
atenta de un observador social nos permite una visión de conjunto sobre los
cambios más profundos que están modificando la realidad familiar en nuestro
país. Algunos de ellos aparecen también en otras latitudes y países vecinos.
Nos internamos en el tema de la mano del sociólogo, Gustavo Leal, en la
entrevista publicada en el último número del Boletín Salesiano.
Las primeras señales de la mutación
significativa de la “familia” comenzó a
percibirse de modo más visible hace unas tres décadas. Años 80 o 90. Empiezan a
difundirse otros modelos de familia. Para el entrevistado habría dos fenómenos
concurrentes: el impacto de la transición demográfica en Uruguay y a nivel
mundial la revolución sexual.Las primeras señales de la mutación
“En pareja”. Datos globales indican que casi el 80% de las parejas no están oficialmente “casadas”. Manejan sin libreta, como dicen algunos. No han formalizado o legalizado su situación. ¿Estamos ante una señal de provisoriedad? ¿Cuáles serían las causas?
Las “uniones libres” como también se llaman registra un rápido aumento, como lo constatamos a diario. Llegaba en el 2012 al 75%, mientras que en el año 1985 el porcentaje de estas uniones libres era del 15%. La tendencia está incorporada en las nuevas generaciones.
Por otra parte, los escasos matrimonios que se han formalizado duran un promedio de 8 años y en los últimos tiempos los divorcios se duplicaron. Apenas uno de cada tres hogares responde al modelo “tradicional” de familia, con papá, mamá e hijos.
Resultaría demasiado simplificador reducir estos cambios en el modelo de familia a una sola causa. Pero al menos vale la pena intentar distinguir y analizar los hilos de esa madeja. Porque de algún modo todos somos hijos de nuestro tiempo.
Otra tendencia que ha tenido mayor peso en las decisiones personales es la mayor autonomía de cada persona y la prioridad que se da a los proyectos personales. No es frecuente, aunque conozco algunas, encontrar mujeres que atienden su hogar, esposo y varios hijos, además de una profesión. Qué lejos quedó la “Guía de la buena esposa” donde el hombre trabajaba y la mujer cuidaba a los hijos y el hogar.
Salta una pregunta: ¿podemos decir que el amor es para siempre? ¿O que al decir “para siempre” usamos una fórmula vacía?
Por último, también ha cambiado la capacidad de “aguante”. ¿Somos fayutos cuando nos animamos a decir: ¿te doy mi amor “para siempre”? Esto significa pelearlo, levantarse muchas veces del barro, soñar, pedir perdón y recomenzar. El cristiano sabe bien de qué hablamos cuando nos dejamos lavar las heridas por el Buen Samaritano que se cruza cada día en nuestro camino. ¿Serán cuentos de hadas la tenacidad estilo Penélope? ¿No es lo que todos soñamos?Fuente: Diario Cambio (Salto), 20 Octubre de 2017