[...] Esperanza en
el Reino de María
El llamado hecho por Jesús en esta rica parábola continúa resonando hoy en las encrucijadas de los caminos, para los
buenos y para los malos, apelando a una actitud de rectitud y vigilancia. No obstante, jamás podremos estar con el alma totalmente pronta, en la expectativa de la gran fiesta que se va a dar, si practicamos la virtud teologal de la esperanza, tan importante cuanto las de la caridad y de la fe.
Nacimos para la eternidad y debemos tener los ojos puestos en un último objetivo que es el Cielo. El hombre, sin embargo, vive en el tiempo. Dios, entonces, para alimentar nuestra esperanza en esta vida nos coloca delante de perspectivas más o menos próximas, que remiten después para la eternidad.
Pues bien, hoy la Providencia quiere que vivamos en función de la esperanza del banquete para el cual Dios viene atrayendo insistentemente la humanidad: el triunfo del Inmaculado Corazón de María anunciado en Fátima.
¿Cómo será posible transformar nuestra actual etapa histórica, tan alejada de Dios, en el esplendor del Reino de María en que, según el gran San Luis María Grignon de Montfort, “las almas respirarán a María, como los cuerpos respiran el aire”?
Sin duda, por la oración y por la penitencia, tantas veces pedidas por la Santísima Virgen, se ha de operar un verdadero cambio de los corazones.
No debemos imaginar, que tal renovación pueda ser, de modo instantáneo, sino que progresivamente, donde las almas, sean las inocentes, sean aquellas que reciban por especial gracia la restauración de la inocencia perdida, vayan paulatinamente constituyendo una nueva época histórica.
Así como, por ocasión de la fiesta del casamiento del Hijo de Dios con la humanidad, en relación al banquete del Reino de María no podemos alegar las ocupaciones que nos atan al mundo. Y mucho menos agredir a quien lo anuncia, en este caso, la propia Santísima Virgen, que en Fátima nos llamó a seguir sus caminos. Tenemos que aceptar esa solicitud que, más que una simple invitación, es una imposición, porque procede de alguien infinitamente superior a cualquier rey de la Antigüedad, el propio Dios.
Estemos siempre atentos a la Palabra de Dios que nos invita al banquete, y
prestemos oídos a la voz de la conciencia al advertirnos, en el fondo del alma
que no manchemos la bella vestidura nupcial de la vida de la gracia, para poder
entrar en la fiesta de la visión beatífica donde, con María Santísima, el
propio Dios será nuestra recompensa demasiadamente grande (cf. Gn 15, 1).
(Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Tomo I, Librería Editrice Vaticana)
El llamado hecho por Jesús en esta rica parábola continúa resonando hoy en las encrucijadas de los caminos, para los
buenos y para los malos, apelando a una actitud de rectitud y vigilancia. No obstante, jamás podremos estar con el alma totalmente pronta, en la expectativa de la gran fiesta que se va a dar, si practicamos la virtud teologal de la esperanza, tan importante cuanto las de la caridad y de la fe.
Nacimos para la eternidad y debemos tener los ojos puestos en un último objetivo que es el Cielo. El hombre, sin embargo, vive en el tiempo. Dios, entonces, para alimentar nuestra esperanza en esta vida nos coloca delante de perspectivas más o menos próximas, que remiten después para la eternidad.
Pues bien, hoy la Providencia quiere que vivamos en función de la esperanza del banquete para el cual Dios viene atrayendo insistentemente la humanidad: el triunfo del Inmaculado Corazón de María anunciado en Fátima.
¿Cómo será posible transformar nuestra actual etapa histórica, tan alejada de Dios, en el esplendor del Reino de María en que, según el gran San Luis María Grignon de Montfort, “las almas respirarán a María, como los cuerpos respiran el aire”?
Sin duda, por la oración y por la penitencia, tantas veces pedidas por la Santísima Virgen, se ha de operar un verdadero cambio de los corazones.
No debemos imaginar, que tal renovación pueda ser, de modo instantáneo, sino que progresivamente, donde las almas, sean las inocentes, sean aquellas que reciban por especial gracia la restauración de la inocencia perdida, vayan paulatinamente constituyendo una nueva época histórica.
Así como, por ocasión de la fiesta del casamiento del Hijo de Dios con la humanidad, en relación al banquete del Reino de María no podemos alegar las ocupaciones que nos atan al mundo. Y mucho menos agredir a quien lo anuncia, en este caso, la propia Santísima Virgen, que en Fátima nos llamó a seguir sus caminos. Tenemos que aceptar esa solicitud que, más que una simple invitación, es una imposición, porque procede de alguien infinitamente superior a cualquier rey de la Antigüedad, el propio Dios.
Monseñor João S. Clá Dias, EP |
(Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Tomo I, Librería Editrice Vaticana)