jueves, 14 de septiembre de 2017

Yo fui heraldo del Evangelio…

Vivir en comunidad religiosa requiere abnegada entrega. Si uno de sus miembros decide cambiar el estado de vida, ¿qué guarda de los tiempos allí pasados? He aquí significativos testimonios de antiguos integrantes de los Heraldos del Evangelio.
Los hombres y las mujeres vienen al mundo para realizar

determinado designio divino, único e irrepetible para cada uno, a varios títulos. De ahí procede la consideración y el respeto debidos a todos, sin excepción.
No obstante, aparte de esta providencia general, algunos son llamados a una vida especial, por la cual han de vivir no sólo según los Mandamientos de la Ley de Dios, sino en la práctica de los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad perfecta. Si, por un lado, tal elección es un signo de predilección del Creador, por otro, tan alto llamamiento exige entrega, abnegación y un verdadero holocausto.
Por consiguiente, es explicable que muchos comiencen el camino de la perfección, pero no alcancen su término, por llegar a la conclusión de que su vocación es otra o por algún motivo particular. De cualquier forma, en la nueva vida adoptada pueden guardar dulces e incluso conmovedores recuerdos y enseñanzas de aquel período áureo de su vida espiritual.
En ese sentido, con mucha alegría traemos a público fragmentos de algunas significativas declaraciones enviadas por ex integrantes de los Heraldos del Evangelio, como homenaje de gratitud a la Santísima Virgen por tantos favores espirituales concedidos a ellos durante su permanencia en la institución.
Vocaciones para el sacerdocio diocesano
Entre los que se beneficiaron de la formación religiosa recibida en el seno de los Heraldos del Evangelio están los que se han encaminado al sacerdocio, como el P. José Hinostroza Vera, de Guayaquil, Ecuador, que nos da este hermoso testimonio de la génesis de su vocación:
“Tuve la dicha de conocer a los Heraldos del Evangelio en sus raíces, cuando contaba sólo con 14 años, en 1997. Con la debida autorización de mis padres empecé a vivir en comunidad con ellos después de un año de haberlos conocido. Sólo salí de la comunidad, algunos años después, para seguir mi vocación de sacerdote diocesano. Y declaro formalmente, en presencia de Jesús, Sabiduría eterna y encarnada, y de María Santísima, mediadora nuestra, a quien estoy consagrado, que los Heraldos del Evangelio me enseñaron a servir, amar y defender a la Santa Madre Iglesia, me instruyeron en la fe, esperanza y caridad, me formaron para respetar, querer y venerar a la sagrada jerarquía eclesiástica, me prepararon para ser parte de una comunidad viva, ayudando siempre a los más necesitados de forma espiritual y material”.
En cuanto al ambiente que encontró durante su estancia en la institución, declara: “Nunca, en los quince años que estuve conviviendo de cerca con los Heraldos del Evangelio, vi alguna actitud que fuera contra la moral ni las buenas costumbres, jamás tuvieron un gesto de rebeldía a la Santa Sede ni a sus legítimas autoridades, y de ningún modo los vi realizar prácticas ‘sectarias’ o ‘secretas’ ”. [...]
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