Por
ocasión del centenario de las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima,
habiendo el mundo llegado a la situación dramática en que se encuentra, es
altamente oportuno recordarnos de las palabras de esperanza dichas por Ella:
“Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”. Monseñor
João Scognamiglio Clá Dias
EP, Fundador de los Heraldos del Evangelio nos ilustra sobre las razones de
esta esperanza:
Nadie es capaz de negar que el mundo se
encuentra en una crisis sin precedentes, denunciada por la propia Madre de
Dios, en Fátima. Esta crisis, cuyo ámbito de acción es el propio hombre, sea en
el campo moral, religioso o social, tiende a avanzar rumbo a su trágico final.
Delante de un cuadro tan dramático, seríamos tentados a pensar que no hay
solución para el problema, si no nos recordásemos de la afirmación del Apóstol:
“Todo puedo en Aquel que me reconforta” (Fl 4, 13).
En este sentido, si miramos el transcurso
de la Historia, veremos que incontables veces el número de fieles quedó
reducido a un resto que, fortalecido por la gracia, levantó la bandera de la
verdad y de la ortodoxia.
Esto puede ser comprobado inclusive por las Sagradas Escrituras, que revelan muchas ocasiones en que Dios hace
resurgir el bien a partir de un puñado de buenos. En efecto, es conocido el
nombre misterioso dado por Isaías a su primer hijo: “Sear-Jasub” (Is 7, 3),
que significa resto que volverá.
Sería como si Dios tuviese el plan de conducir la humanidad para un determinado
rumbo; ésta no obstante, prevarica y Él traza un plan nuevo, escogiendo los
pocos fieles que restaron para ser sus instrumentos y haciendo surgir algo aún
mejor.
Entonces, si Dios obró cosas tan extraordinarias en el pasado, es seguro que Él
las hará en tiempos futuros, y hasta mayores. Y dando una interpretación de
carácter sobrenatural a toda esta perspectiva histórica, podemos afirmar que,
de muy derrotado y muy aplastado, el bien surgirá con nuevo vigor.
Alguien podría objetar: ¿Cómo se prueba que el triunfo del Inmaculado Corazón
de María es irreversible? Con la lógica de la fe, respondemos que el mal tiene
que llegar a su paroxismo, como el hijo pródigo del Evangelio, al comer de las
bellotas de los puercos (cfr. Lc 15, 11-20), para
caer en sí y retornar a la casa del padre, a la verdad de la Fe.
Análogamente, es necesario que el ciclo de la decadencia del mundo moderno llegue a su fin y se destruya a
sí mismo, como la enfermedad que desaparece al llevar el enfermo a la muerte.
Fue María Santísima quien, en las Bodas de Caná, obtuvo de Nuestro Señor
Jesucristo el milagro de la transformación del agua en vino. Y si es verdad que
el maestro de ceremonias dijo al novio que había dejado el mejor vino para el
final (cfr. Juan 2, 9-10), bien podremos exclamar, llenos de encanto
y gratitud para con Nuestro Señor
Jesucristo: “Dejaste tus mejores gracias, dejaste tus mejores favores para el
fin de la Historia del mundo”.
Las Bodas de Caná, primera de las señales hechas por Jesús a ruegos de su
Madre, son la más clara pre figura del Reino de María. En él surgirá, cual vino
nuevo, una sociedad admirablemente superior a todo lo que podamos imaginar.
Para utilizar una bella metáfora de Plinio Corrêa de Oliveira, será como un
“lirio nacido en el lodo, durante una noche de tempestad”, (1) también a ruegos
de Aquella que es la Reina del Cielo y de la tierra.
(1) CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 30 julio de 1972.
(*) Extractos, con adaptaciones, del libro: CLÁ DIAS, EP, Mons. João Scognamiglio. “¡Por
fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!” São Paulo: Lumen Sapientiæ, 2017.
Texto original en: https://curitiba.blog.arautos.org/2017/09/o-melhor-vinho-vem-no-fim/