Estaba
de pie junto a la cruz de Jesús su Madre (Jn 19, 25). Las palabras de San Juan
Evangelista no podrían ser, al mismo tiempo, más simples y llenas de
significado. El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira las recordaba con frecuencia y de
un modo especial al comentar el bello cántico Stabat Mater, con el cual la
Liturgia celebra la Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores.
En innumerables santuarios, capillas e iglesias del mundo entero, la imagen de
la “Dolorosa” se encuentra expuesta a
la veneración de los fieles,
recordándonos aquel stabat de la Virgen junto al sagrado leño, como la nueva
Eva junto al nuevo Adán, en el decir del Papa San Juan Pablo II. Hace [unos
años], en la víspera de esa solemnidad mariana, así se expresó el Pontífice:
“En el jardín del Edén, a los pies del árbol, había una mujer, Eva (cf. Gn 3).
Seducida por el enemigo, ella se enseñorea de aquello que piensa ser la vida
divina. Se trata, por el contrario, de un germen de muerte que en ella se
insinúa (cf. Sant 1, 15; Rom 6, 23). En el Calvario, a los pies del madero de
la cruz, había otra mujer, María (cf. Jn 19, 25-27). Dócil al proyecto de Dios,
Ella participa íntimamente en la ofrenda que el Hijo hace de sí al Padre, por
la vida del mundo, y recibiendo de Jesús la entrega del Apóstol Juan, se
convierte en Madre de todos los hombres (San Juan Pablo II, Sermón del
14.9.2003).”
Con una profunda admiración por la heroica presencia de María en el Gólgota, el
Dr. Plinio resaltaba que aquel momento terrible era, en verdad, el auge de una
angustia que la Madre de Dios había cargado durante largos años:
“Así como Nuestro Señor fue llamado ʻVarón de Doloresʼ, soportados desde su
primer instante de vida hasta la hora suprema del consummatum est, así también
María, espejo de Justicia que reflejaba en sí todas las perfecciones del Hijo,
puede ser llamada Mulier Dolorum, la Señora de los Dolores. Ella tuvo toda su
existencia atravesada por el sufrimiento, por penas inmensas, aunque muy
arquitectónicas, sabias, recibidas con una serenidad de espíritu admirable, armonizadas
y aliviadas por alegrías igualmente grandes. Ese océano llegaría al ápice en la
hora más trágica que hubo y habrá en la historia de la Humanidad, cuando
entonces contemplamos a la Santísima Virgen de pie, como una antorcha de
oración y de esperanza.
En el Calvario todo es abandono y todo es tristeza. En medio de un diluvio de
padecimientos, Jesús exhala su último suspiro. Sin embargo, delante de ese
cuadro de horrores, un alma se mantiene inquebrantable en su confianza, en su
certeza, en su fe. El alma que más execraba aquella injusticia perpetrada
contra el Hombre Dios, y la que más amaba al Salvador muerto. Era el alma
celestialmente inconforme de María: juxta crucem lacrimosa, stábat Mater
dolorosa – junto a la cruz, lacrimosa, estaba la Madre Dolorosa.
¡Stabat! O sea, ¡permanecía erecta en toda la fuerza de su cuerpo y de su
espíritu, con los ojos inundados de lágrimas, pero con el alma nimbada de luz!
Nuestra Señora tenía la convicción plena de que, después de las grandes
tragedias, después del abandono general, surgiría la aurora de la Resurrección,
el florecimiento de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, colmada de
gloria a partir de Pentecostés. Y de cruces en luces, de luces en cruces, el
mundo llegaría hasta aquel momento en el cual, en Fátima, Ella prenunció: ‘¡Por
fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!ʼ
Ahí comprendemos algo de la fisionomía moral insondablemente santa de María, la
Señora de los Dolores.”
(Editorial de la Revista Dr. Plinio, No. 78, septiembre de 2004, p. 4, Editora
Retornarei Ltda., São Paulo)
Fuente: Stabat Mater - Madre Dolorosa