viernes, 15 de septiembre de 2017

“Felices los que lloran” por Mons. Pablo Galimberti (obispo de Salto, Uruguay)

Es la tercera de las “bienaventuranzas” que propone Jesús según el evangelista Lucas (cap.6).
A primera vista puede sorprender. Vulgarmente se piensa que felicidad y llanto no hacen buena liga. Salvo que se llore de alegría. Pero la experiencia también

enseña que esa máxima contiene gran dosis de sabiduría, porque se prefiere muchas veces un criterio neurótico o cobarde que separa radicalmente felicidad y dolor.
Las lágrimas expresan sentimientos, afectos, emociones, que no siempre pueden traducirse en palabras o gestos puntuales. Pero como somos una unidad sicosomática, de algún modo el cuerpo se asocia a los sentimientos. Reforzando, disimulando o negando.
Existe una gama muy grande de emociones que expresamos mediante el rostro y las lágrimas. Y sin duda que hay que tomar en cuenta la persona en su corporeidad completa, para adivinar la autenticidad de tales lágrimas y los sentimientos que expresan.
Los evangelios ofrecen muchos ejemplos. Al ver a la viuda de Naim acompañada de una gran multitud, que llora a su hijo único muerto, por tanto, imagen del completo desamparo en aquel tiempo, Jesús se adelanta, detiene el cortejo fúnebre y le dice: no llores. Y mirando al cadáver añade, yo te lo ordeno, levántate. Y el muerto se incorporó y empezó a hablar (Lucas cap. 7).
Quienes visitan Jerusalén es probable que hayan visitado una pequeña capilla conocida como “Dominus flebit” (el Señor lloró) en memoria del llanto de Jesús por su pueblo, que no ha querido aceptarlo. El evangelio dice que Jesús lloró. Y cuando Jesús llega a Betania donde ha muerto su amigo Lázaro al que va enseguida a devolverle la vida, dice el evangelio que Jesús lloró.
Pero las lágrimas no son el único registro de los sentimientos. Más aún, pueden ser engañosas. La expresión “lágrimas de cocodrilo” alude precisamente al hecho que algunas personas fingen estar tristes para dar pena a quienes los rodean y conseguir su compasión. Los niños a veces lloran para que se les perdone un castigo por una travesura. Pero no son lágrimas de verdadero sufrimiento. Como en muchas telenovelas.
La iconografía católica registra hermosas imágenes de María de Nazaret, la madre de Jesús, como la “Dolorosa” por excelencia. Conocida por todos es la Pietà donde María está absorta en un sereno dolor más interno que externo y en su regazo contempla el cuerpo de su hijo recién bajado de la cruz. Dolor, amor, silencio y misterio cincelados por el joven Miguel Angel a los 24 años.
La poesía popular dejó en el siglo XIII un poema sobre María junto a la cruz, conocido por su palabra inicial: Stabat. “Estaba la madre dolorosa junto a la cruz mientras su hijo pendía”. Pergolesi lo musicalizó ayudando a descubrirle múltiples resonancias afectivas. Una de sus estrofas menciona las lágrimas de María como expresión del dolor intenso, compasivo y comprometido, asociado al de su Hijo. En situaciones como esta la persona se expresa no sólo mediante la parte sensible y corporal sino involucrando la totalidad del ser.
También la música popular rioplatense tiene abundantes ejemplos de dolores, amores, traiciones o simple evocación de lugares cargados de emoción. El tango Melodía de arrabal (1932) evoca con nostalgia recuerdos del viejo barrio: “bajo la quieta luz de un farol, se me pianta un lagrimón”, canta Gardel.
Felicidad y llanto pueden caminar juntos.
Publicado en Diario Cambios, Salto, 15 de septiembre de 2017.