Columna
de Mons. Pablo Galimberti (Obispo de Salto).
Hay personas que marcan la diferencia en la sociedad. Plantean objeciones y
hacen propuestas que sorprenden. La explicación la encuentro en la conciencia
donde hunden sus raíces las acciones de esas personas. No son títeres movidos
por mayorías.
Cuando interviene el “factor conciencia” o “factor religioso” de una persona,
provoca un desconcierto o crisis. No siempre son razones compartidas por todos,
aunque actualmente la objeción de conciencia es aceptada como argumento válido,
por ejemplo, para que un médico no intervenga en la realización de abortos.
Quiero referirme a
la última película de Mel Gibson (“Hasta el último hombre”;
en su título original “Hacksaw Ridge”) que algunos catalogan como obra maestra
del cine bélico. La acción describe un hecho real, la batalla de Okinawa con un
saldo de 250.000 muertos de ambos bandos (Estados Unidos y Japón).
En pleno frente para tomar la colina de Hacksaw, se encuentra el joven Doss y
su compañía. Abundan mutilados y gritos. Y cuando todos se retiran el supuesto
cobarde, el bueno Doss, muestra una fibra sorprendente y recoge incluso a los
enemigos. El factor religioso introduce una novedad: humaniza el drama desgarrador en medio de una batalla
inútil, ya que la guerra terminaría unos días después con el bombardeo atómico
de Hiroshima y Nagasaki.
En medio de la crueldad de la acción bélica aparecen sentimientos nobles
encarnados en este joven pacifista, al principio repudiado y objeto de burla y
después admirado. La historia es real. La sufrida esposa del héroe de la II
Guerra Mundial murió en 1991 y él falleció en el 2006. El personaje de Doss,
como lo define un crítico español, es un “loco de Dios”. Con una conciencia
religiosa que sorprende. Son esos héroes o personajes que parecen raros porque
nos hablan de Dios en medio de las difíciles condiciones humanas. Cuando la
razón humana está definitivamente perdida, queda la acción sorprendente de
Dios.
En el Evangelio abundan escenas de ese estilo. Por ejemplo cuando empujan a una
mujer y la ponen delante de Jesús, acusándola porque ha cometido adulterio y
según la ley debe ser apedreada.
Jesús hace silencio en medio de un clima prepotente. Se inclina y parece
escribir algo en el piso. Hasta que se pone de pie y dirigiéndose a los
acusadores les dice: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Y
en silencio los acusadores se van retirando y queda Jesús solo con la mujer:
¿nadie te ha acusado? Yo tampoco. Vete y no peques más.
Jesús no pierde en ningún momento esa actitud novedosa, que muestra otro modo
de entender la debilidad humana y los laberintos del corazón. En la escena del
Calvario otro crucificado le dice: acuérdate de mí cuando estés en el paraíso.
Y Jesús, hablando desde otra dimensión de la condición humana, desde su
condición divina, le responde: hoy estarás conmigo en el paraíso.
El mundo de los prepotentes no tiene asegurada la victoria. Cuando hay personas
que no se amoldan a las mayorías ciegas y caprichosas. Y de la nada sacan a
relucir gestos que sorprenden a las mayorías. Son esas “reservas” morales y
espirituales que afloran y sorprenden.
Por eso a los objetores de conciencia no hay que acallarlos ni denigrarlos.
Como tampoco a los inspirados por el Evangelio, que siguiendo las huellas de
Jesús, como Martin Luther King, afirman con serenidad y certeza: “tengo un
sueño”.
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