viernes, 31 de marzo de 2017

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL V DOMINGO DE CUARESMA

por Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP
[...] El porqué de los milagros
Cuando Dios concede a un taumaturgo la facultad de obrar milagros — explica santo Tomás— tiene como objetivo “confirmar la verdad que enseña”.  El motivo principal se encuentra en la fe, pues la razón humana no tiene suficiente altura para seguir los horizontes de esa virtud; por eso muchas veces es necesario que las afirmaciones de carácter sobrenatural sean confirmadas por el poder de Dios. Esos actos que ex ceden las fuerzas de la naturaleza propician una crecida facilidad de creer en la procedencia divina de todo cuanto se transmite con respecto a Dios.
Además, a través de los milagros se hace

patente la presencia de Dios en el taumaturgo.
Ahora bien, era indispensable dejar claro a los ojos de todos que la doctrina proclamada por Jesús procedía de Dios mismo y, mucho más aún, proporcionar buenas pruebas a cada uno para creer en la unión hipostática de las dos naturalezas, divina y humana, en una sola Persona. Justamente en vista de esa luminosa, magna y fundamental actitud se proyecta la narración del Evangelio de hoy.
Prueba de la divinidad de Jesús
San Juan escribió sus veintiún capítulos con la preocupación de dejar de mostrados con hechos tanto el origen divino de la doctrina de Jesús como la omnipotencia de su persona. Y según nos dice santo Tomás, los milagros obrados por el Redentor son la prueba de su divinidad:
“Primero, por la calidad de las obras, que superaban todo el alcance del poder creado y, en consecuencia, no podían ser hechas más que por el poder divino. Y por esta causa el ciego curado decía, en Juan 9, 32-33: ‘Jamás se ha oído que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada’.
“Segundo, por el modo de hacer los milagros, puesto que los realizaba como con poder propio, y no orando, como los otros”.
Además de encontrar elevados aspectos sobrenaturales mediante los cuales conocer mejor al Salvador en sus dos naturalezas, y así poder amar lo más, en esta narración de san Juan se confirma su inspiración literaria. Es hermosa, atractiva, conmovedora, constituyéndose única en su género. Consagra históricamente los preciosos detalles del más importante milagro de Jesús, que le confirió una gran gloria —haciendo que creyera un buen número de judíos— y, al mismo tiempo, produjo el máximo grado de odio en sus enemigos, al punto de apresarlo en sus intentos deicidas. Este episodio tan impregnado de pulcritud divina y humana será la causa inmediata de la furia del Sanedrín y su consiguiente determinación de matar a Jesús.
La pluma del Evangelista recorre el pergamino confirmando en cada versículo el agudo sentido de observación del escritor, y haciendo patente que él mismo había sido un eximio y fide digno testigo ocular de todo lo sucedido. ¿Quién podría componer o imaginar los minuciosos pormenores de veracidad transparente, como por ejemplo las palabras, la emoción y las propias lágrimas del Hijo de Dios hecho hombre, que fluyen ligeras en el escrito del Autor Sagrado? Su escrupulosa fidelidad en la transmisión de la realidad puede dividirse en tres partes distintas: el regreso de Jesús a Betania, el encuentro y la conversación con Marta y María, y la resurrección de Lázaro.

(Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios”, tomo I Librería Editrice Vaticana).
Texto completo en: Comentario al Evangelio del V Domingo de Cuaresma.
Autorizada la publicación citando el autor.

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