sábado, 21 de enero de 2017

Comentarios al Evangelio del Tercer Domingo del Tiempo Ordinario (domingo 22 de enero)

por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP
[...] No había llegado la hora de manifestarse como Hijo de Dios
Después de largas décadas en el silencio y oculto en Nazaret, vemos ahora al Salvador en el pleno ejercicio de su misión pública, predicando sobre el Reino de Dios, curando los enfermos y expulsando los demonios. No sabemos decir cuánto duró esa celosa actividad apostólica, y no sería exagerado suponer que ella se extendió por varios meses.
Es rica en contenido la apreciación hecha por los profesores de la Compañía de Jesús, a propósito de este versículo: “El evangelista resume en estos pocos versículos la misión de Cristo en Galilea. En los capítulos siguientes él nos lo presentará primero como el gran Doctor anunciado por los profetas, y después como Taumaturgo, que realiza todo tipo de milagros para confirmar la verdad de su doctrina. Aquí, generalmente se nos dice que Jesús recorría las aldeas de Galilea, acompañado de los discípulos que acababa de escoger, enseñando la Buena Nueva –y éste es el significado de la palabra Evangelio-,  la cual era la próxima venida del Reino de los Cielos. Predicaba, como lo indica el evangelista, en las sinagogas. [...] Cristo predicaba también, como insinúa el evangelista y lo veremos más adelante, en los campos y en las plazas.
Confirmaba la verdad de su doctrina con milagros, que eran al mismo tiempo obras de caridad, curando toda especie de enfermedades. Estas curaciones milagrosas eran una de las características del Mesías anunciadas por los profetas, especialmente por Isaías”.
La convicción de Jesús en cuanto a su papel de Mesías jamás podrá ser puesta en duda. La simple genealogía sería suficiente para demostrarlo; ni hablar sobre las revelaciones hechas por San Gabriel, tanto a la Santísima Virgen cuanto a Zacarías; la presencia de los pastores en el Pesebre, la visita de los Reyes Magos y la propia respuesta dada a María al rencontrarla en el Templo: “¿No sabes que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49).  Estos hechos evidencian cuán grande y exacta era la compenetración que Él tenía sobre su misión.
Sin embargo, si de un lado la conciencia al respecto de los fines –inmediato y último- era clarísima desde el inicio y nunca creció y,  menos aún disminuyó, su manifestación  a los demás fue progresiva. En  Galilea encontramos al Divino Maestro en una fase inicial.
No era sólo prematuro, sino que hasta imprudente, revelar en todo o en parte su divinidad. Sólo mucho más tarde –aproximadamente dos años después del Bautismo en el Jordán- Pedro proclamará su filiación divina, por pura revelación del Padre, y en seguida, los apóstoles recibirán la instrucción de mantener el sigilo.
La misma norma de conducta será impuesta a los demonios de los posesos y a los propios enfermos milagrosamente curados. Y si así no fuese, el resultado sería incontrolable, debido a la fuerte impresionabilidad de las multitudes a propósito de un Mesías político. En vista de la reacción del pueblo después de la multiplicación de los panes. En el último año de su vida pública, la manifestación será revestida de un esplendor exuberante. Pero, en este período de Galilea, “el Evangelio del Reino”  es predicado por el Hijo del Hombre a una opinión pública con fe insuficiente para reconocer la infinita grandeza del Hijo de Dios.


(CLA DIAS EP,  Mons. João Scognamiglio in “O  inédito sobre os Evangelhos” Vol. 1, Librería Editrice Vaticana).
Texto completo en:  http://caballerosdelavirgen.org/evangelio-comentado/comentario-al-evangelio-del-iii-domingo-de-tiempo-ordinario-el-inicio-de-la-vida-publica
Autorizada la publicación citando la fuente y el autor.

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