por Mons.
João Scognamiglio Clá Dias, EP
(Heraldos del Evangelio)
[...] Jesús lavó nuestros pecados en las aguasCristo no necesitaba ser bautizado, ya que había sido Él quien, inspirando a San Juan, había instituido este rito, pero “el bautismo tenía necesidad del poder de Cristo”. Desde toda la eternidad el Verbo, en su propia esencia divina, nos conocía con perfección a cada uno de nosotros, con nuestros pecados, miserias e
insuficiencias. Siendo Dios, podía limpiar la tierra con un mero acto de su voluntad; sin embargo, prefirió Él mismo, el Inocente, libre de toda mácula, asumir “una carne en semejanza a la del pecado” (Rm 8, 3). Quiso ser bautizado, no “para ser purificado, sino para purificar”, sumergiendo consigo, en el agua bautismal, todo el viejo Adán. Debemos considerar que si existiese una humanidad infinita, con infinitos pecados, Él los habría cargado sobre sí mismo, lavándolos en aquel momento en las aguas del Jordán.
La divina actitud del Salvador debería inspirarnos profunda confianza, pues aunque seamos reos de culpa, “no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos” (Rm 5, 15). De hecho, siendo Él la Cabeza del Cuerpo Místico, de Él salen y son distribuidas las gracias a todos los miembros. Por fin, con su Bautismo, quiso abrirnos un camino y estimularnos a comprender la importancia de este sacramento.
¡Sepamos ser agradecidos con Dios!
“El Bautismo es esplendor de las almas, transformación de la vida, […] ayuda a nuestra fragilidad. […] El Bautismo es vehículo que conduce a Dios, peregrinación junto a Cristo, apoyo de la fe, perfección de la mente, llave del Reino de los Cielos, cambio de vida, destrucción de la esclavitud, liberación de las ataduras, mudanza en nuestra composición”, nos enseña San Gregorio Nacianceno. La fiesta del Bautismo del Señor debe inundarnos de esperanza y de santa alegría porque nos muestra la fuerza regeneradora del perdón y de la misericordia divina, en la cual debemos confiar en cualquier circunstancia de nuestra vida. Por muy mala que pueda llegar a ser nuestra situación, si sabemos tener fe y si nos mantenemos íntegros en el cumplimiento de los santos Mandamientos, siempre habrá solución para todo, porque “para Dios nada hay imposible”. Agradezcámosle al Señor todo lo que ha hecho por nosotros.
Así como con el Bautismo Jesús empieza su vida pública, con esta celebración la Liturgia marca la entrada en el Tiempo Ordinario, en el cual se considerará toda la misión del divino Maestro, acompañándolo en sus predicaciones y manifestaciones a través de las diversas lecturas litúrgicas del año. Después de haber contemplado las maravillas de este pasaje del Evangelio, pidámosle al Señor abundantes gracias, para que —al final de nuestra peregrinación terrena— podamos cruzar las puertas del Cielo que Él mismo nos franqueó en este magnífico día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario