martes, 3 de enero de 2017

Construir sobre roca

P. Rafael Ibarguren Schindler,  EP (*)
A veces solemos subestimar las certezas que tenemos porque son asuntos ya conocidos, cosas evidentes. El espíritu humano, herido por el pecado, muchas veces corre caprichosamente detrás de las novedades, mientras que lo sabido le suele resultar tedioso. Pero esto no debería ser así. De hecho, lo que uno aprende y sabe es un patrimonio precioso sobre el cual deberíamos prestar mucho más atención para sacar las eventuales consecuencias que se imponen. Un ejemplo: en la oración del Credo que recitamos en la Misa dominical, se confiesan los misterios centrales de nuestra fe.


¡Pero no por ser sabidos de memoria esos misterios son menos importantes! Son un tesoro valioso, un depósito admirable que se trata de custodiar, profesar y trasmitir. Por eso es bueno volver siempre a las cosas esenciales de la fe, para aquilatar su verdadero valor, so pena de, a fuerza de banalizar sus contenidos, ese patrimonio se marchite y se pierda. El tema eucarístico está expuesto a un tal desgaste… y precisamente por personas que asumen sus compromisos de adorar y de comulgar. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” (SC 47) (CIC, n°1323) He aquí un compendio de lo que podemos llamar una profesión de fe eucarística donde nada falta: está el origen, la substancia y la razón de ser de la Eucaristía. En efecto, se comienza ahí afirmando tres datos fundamentales: 1) la Eucaristía fue instituida por Jesús Nuestro Señor en la Última Cena, 2) ella es el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre que el Salvador y 3) la confió a su Iglesia para que la perpetúe (“hagan esto en memoria mía”).Luego siguen tres conceptos que suenan como una música armoniosa: “Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad”. Se trata de una expresión de San Agustín que sintetiza el pensamiento paulino sobre lo que es la Eucaristía como alimento de los miembros de la Iglesia: “Porque el pan es uno, somos un solo cuerpo, aun siendo muchos, pues todos participamos de ese único pan” (1 Co 10, 17).
Con propiedad el Papa Wojtyła, enseñó que “la Iglesia vive de la Eucaristía”. El Pan de Vida es el vínculo que une a los fieles que forman esa sociedad visible que es la Iglesia, rica en variedad de ritos, razas y culturas… pero una. La Eucaristía es el sacrificio del Calvario –sacrificio que por ser incruento no es menos real- que se desdobla en comida ritual, y que produce efectos maravillosos: “el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera”. Por eso podemos decir que la Eucaristía es el sumo bien, puesto que realiza el ansia de felicidad en la que fuimos constituidos por la voluntad creadora de Dios: ella nos llena de gracia en la tierra y es semilla de gloria eterna. La enseñanza del Catecismo logra además distinguir y aunar las nociones de celebración y de comunión. Porque la Misa, que es la renovación del Sacrificio de la Cruz, produce lo que será la sustancia del banquete pascual: el Cordero inmolado hecho presente a través de su Cuerpo y de su Sangre. El numeral 1323 del Catecismo de la Iglesia Católica es una preciosidad. Pone en una feliz síntesis las principales verdades eucarísticas, esas evidencias tantas veces desestimadas. Algunos “cristianos”, contestan que se adore a las especies consagradas fuera de la Misa y de la comunión, una vez que, dicen ellos, el sacramento fue instituido para ser alimento. Argumentan también que en el sagrario, el Santísimo permanece tan solo para ser llevado a los enfermos y que no tiene sentido que sea adorado ahí. Y mucho menos expuesto en la custodia. Son graves errores que niegan la Presencia Real. Es claro que cuando las Santas especies estando en el tabernáculo se descomponen, por ejemplo por efecto de la humedad o de otros factores, la presencia de Cristo cesa. También cesa después de que hemos comulgado, al cabo de algunos minutos (¿cinco, diez?), cuando la Hostia se disuelve en nuestro organismo por los efectos de la digestión natural. En un tema central de nuestra fe y tan lleno de sutilezas como es el misterio eucarístico, quien se atiene a la Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia, recibe la luz de la verdad y se beneficia de ella. Los otros, ignorantes de su fe o maniáticos de novedades, se apartan del camino e irremediablemente se alejan y se pierden. Dice el Evangelio que la casa construida sobre roca perdura, mientras que la que se levante sobre arena, sucumbe. Vivamos el año 2017 que viene cargado de incógnitas, construyendo nuestra vida espiritual sobre la roca de la Eucaristía en su triple dimensión de sacrificio, presencia y banquete, distanciándonos del paganismo reinante en la sociedad.
(*) Consiliario de Honor de la FMOEI

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