P.
Rafael Ibarguren Schindler, EP (*)
A veces solemos subestimar las certezas que tenemos porque son asuntos ya
conocidos, cosas evidentes. El espíritu humano, herido por el pecado, muchas
veces corre caprichosamente detrás de las novedades, mientras que lo sabido le
suele resultar tedioso. Pero esto no debería ser así. De hecho, lo que uno
aprende y sabe es un patrimonio precioso sobre el cual deberíamos prestar mucho
más atención para sacar las eventuales consecuencias que se imponen. Un
ejemplo: en la oración del Credo que recitamos en la Misa dominical, se
confiesan los misterios centrales de nuestra fe.
¡Pero no por ser sabidos de memoria esos misterios son menos importantes! Son
un tesoro valioso, un depósito admirable que se trata de custodiar, profesar y
trasmitir. Por eso es bueno volver siempre a las cosas esenciales de la fe,
para aquilatar su verdadero valor, so pena de, a fuerza de banalizar sus
contenidos, ese patrimonio se marchite y se pierda. El tema eucarístico está
expuesto a un tal desgaste… y precisamente por personas que asumen sus
compromisos de adorar y de comulgar. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó
el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar
por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su
Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de
piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se
recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria
venidera” (SC 47) (CIC, n°1323) He aquí un compendio de lo que podemos llamar
una profesión de fe eucarística donde nada falta: está el origen, la substancia
y la razón de ser de la Eucaristía. En efecto, se comienza ahí afirmando tres
datos fundamentales: 1) la Eucaristía fue instituida por Jesús Nuestro Señor en
la Última Cena, 2) ella es el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre que el
Salvador y 3) la confió a su Iglesia para que la perpetúe (“hagan esto en
memoria mía”).Luego siguen tres conceptos que suenan como una música armoniosa:
“Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad”. Se trata de una
expresión de San Agustín que sintetiza el pensamiento paulino sobre lo que es
la Eucaristía como alimento de los miembros de la Iglesia: “Porque el pan es
uno, somos un solo cuerpo, aun siendo muchos, pues todos participamos de ese
único pan” (1 Co 10, 17).
Con propiedad el Papa Wojtyła, enseñó que “la Iglesia vive de la Eucaristía”.
El Pan de Vida es el vínculo que une a los fieles que forman esa sociedad
visible que es la Iglesia, rica en variedad de ritos, razas y culturas… pero
una. La Eucaristía es el sacrificio del Calvario –sacrificio que por ser
incruento no es menos real- que se desdobla en comida ritual, y que produce
efectos maravillosos: “el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la
gloria venidera”. Por eso podemos decir que la Eucaristía es el sumo bien,
puesto que realiza el ansia de felicidad en la que fuimos constituidos por la
voluntad creadora de Dios: ella nos llena de gracia en la tierra y es semilla
de gloria eterna. La enseñanza del Catecismo logra además distinguir y aunar
las nociones de celebración y de comunión. Porque la Misa, que es la renovación
del Sacrificio de la Cruz, produce lo que será la sustancia del banquete pascual:
el Cordero inmolado hecho presente a través de su Cuerpo y de su Sangre. El
numeral 1323 del Catecismo de la Iglesia Católica es una preciosidad. Pone en
una feliz síntesis las principales verdades eucarísticas, esas evidencias
tantas veces desestimadas. Algunos “cristianos”, contestan que se adore a las
especies consagradas fuera de la Misa y de la comunión, una vez que, dicen
ellos, el sacramento fue instituido para ser alimento. Argumentan también que
en el sagrario, el Santísimo permanece tan solo para ser llevado a los enfermos
y que no tiene sentido que sea adorado ahí. Y mucho menos expuesto en la
custodia. Son graves errores que niegan la Presencia Real. Es claro que cuando
las Santas especies estando en el tabernáculo se descomponen, por ejemplo por
efecto de la humedad o de otros factores, la presencia de Cristo cesa. También
cesa después de que hemos comulgado, al cabo de algunos minutos (¿cinco,
diez?), cuando la Hostia se disuelve en nuestro organismo por los efectos de la
digestión natural. En un tema central de nuestra fe y tan lleno de sutilezas
como es el misterio eucarístico, quien se atiene a la Palabra de Dios y al
Magisterio de la Iglesia, recibe la luz de la verdad y se beneficia de ella.
Los otros, ignorantes de su fe o maniáticos de novedades, se apartan del camino
e irremediablemente se alejan y se pierden. Dice el Evangelio que la casa
construida sobre roca perdura, mientras que la que se levante sobre arena,
sucumbe. Vivamos el año 2017 que viene cargado de incógnitas, construyendo nuestra
vida espiritual sobre la roca de la Eucaristía en su triple dimensión de
sacrificio, presencia y banquete, distanciándonos del paganismo reinante en la
sociedad.
(*) Consiliario de Honor de la FMOEI
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