Todo niño bueno corre peligro de arruinarse, y, al mismo
tiempo, todo niño malo puede corregirse de sus actitudes. Las dificultades no
siempre están en los niños o en las niñas.
Cuando el tiempo litúrgico coloca para su lectura en las misas, la carta de San
Pablo a los Efesios (6, 1-4), exhortando a los hijos: “Obedeced a vuestros
padres en el Señor, porque esto es justo”, se produce un singular movimiento en
muchas familias presentes. Madres que tocan discretamente con el codo al hijo o
hija; cuando no, miradas recorren el ambiente. Singular momento observado desde
donde se encuentra el sacerdote celebrante. Claro que... a seguir, San Pablo
exhorta a los padres: “No exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien
mediante la instrucción y la corrección según el Señor”.
Esto nos aproxima a una delicada y actual problemática: la difícil misión de
los padres en la educación de los hijos y a la actitud respetuosa que los hijos
deben tener en relación con sus padres. Unos obedezcan, otros no exasperen.
¿Cómo conseguir este equilibrio tanto de unos como de otros? Compleja tarea en
los días convulsionados con el libertinaje que nos rodea.
Sabiamente, Benedicto XVI insistía a padres y padrinos durante una ceremonia de
Bautismo, que era preciso “ser al mismo tiempo tiernos y fuertes, usar dulzura
y firmeza, callar y hablar en el momento adecuado, reprender y corregir en modo
justo” (9-01-2012).
Muchos santos educadores han dejado enseñanzas de procedimiento para estas
delicadas circunstancias. Debemos resaltar que no hay institución más adecuada
para la plena educación y formación religiosa de los hijos que la propia
familia. La madre, consejera principal de los hijos, con su dedicación y afecto
da: formación, disciplina, educación. Con cariño, y ganando la confianza y
admiración de los suyos, educará seriamente. Bien decía San Juan Bosco que “sin
afecto no hay confianza, y sin confianza no hay educación”. Y San Marcelino
Champagnat, fundador de los Hermanos Maristas, que hay que “advertir con
candidez, castigar sin aterrorizar”, para ir formando la voluntad de los niños
y niñas dando normas, enseñando a obedecer. Es preciso formarlos en la
obediencia, nunca mandando lo que no sea justo y razonable, o prohibir muchas
cosas de golpe, u ordenar cosas difíciles de realizar, señalaba este Santo.
Pero, exigir el cumplimiento de lo ordenado.
Muchos ambientes que nos rodean tienen como lema que “todo debe ser permitido”,
es la autoproclamada “libertad”. Esta no es la verdadera libertad humana
enseñada por la Iglesia: seguir los dictámenes de la razón ilustrada y amparada
por la fe; no dar rienda suelta a los sentidos y la imaginación; no hacer lo
que “a uno le da la gana”. Aunque parezca duro, pero es la realidad, se puede
afirmar que la palabra NO es la mejor para formar a los niños y a las niñas.
El director de uno de los Colegios Heraldos del Evangelio me pasó un singular
“Decálogo de la mala educación”. La revista católica Magníficat de Braga,
Portugal, lo difundió en su momento. Nos será ilustrativo. Curiosamente fue
hecho en otros tiempos por la Dirección General de Policía de Seattle, EUA,
alarmada por el nivel de delincuencia y malos comportamientos de los jóvenes.
Veamos:
1. Dad a vuestro hijo todo lo que quiera, crecerá convencido de que el mundo
entero le debe todo.
2. Ríase cuando diga malas palabras, considerará que es gracioso.
3. No le dé ninguna formación espiritual, que escoja cuando sea grande.
4. No le diga nunca: “Esto que estás haciendo está mal”. Podrá acomplejarse, y
cuando lo detenga la policía por robar dirá que es un perseguido por la
sociedad.
5. Todo lo que tire en el suelo, recójaselo. Considerará que todos están a su
servicio.
6. Déjele leer y ver de todo, que su espíritu se recree con cualquier basura.
7. Discutan los padres delante de él, se irá acostumbrando, cuando la familia
esté destrozada, no se dará cuenta.
8. Dele todo el dinero que quiera, concluirá que para tener dinero ni siquiera
es preciso trabajar.
9. Satisfaga todos sus deseos: comer, beber, bailar, pasear, divertirse. Pues,
de lo contrario, se tornará un frustrado.
10. Darle siempre la razón cuando se desentienda con los otros. Los profesores,
las personas, la policía, las leyes, las autoridades, etc., lo tomaron de punta
al pobre niño o jovencito.
Termina así este singular “decálogo”: cuando vean que sus hijos son un
desastre, concluirán que nunca consiguieron hacer nada por él.
Todo lo contrario es la formación católica. Un niño, por naturaleza, tiende a
hacer lo que oye y lo que ve. Lo primero será imitar el ejemplo de sus padres.
Claramente nos damos cuenta de que aquellos que no son educados por sus padres,
pues, les falta algo.
Bien sabemos que el Estado tiene su misión educadora, pero la familia tiene
prioridad naturalmente, no debiendo abandonar esta sagrada misión so pena de
tener las consecuencias, en muchos casos irreparables, que estamos asistiendo.
Todo niño bueno corre peligro de arruinarse, y al mismo tiempo, todo niño malo
puede corregirse de sus actitudes. Las dificultades no siempre están en los
niños o las niñas, cuántas veces víctimas de su propia debilidad. A veces están
en la incapacidad de sus padres (como nos advierte el “decálogo” citado), o en
el usar métodos inadecuados, siguiendo la “moda” de sistemas pedagógicos o
psicológicos “modernos”.
Reafirmemos el principio de que el fin propio de la familia es la procreación y
la educación de los hijos. No hagamos de nuestros hogares lugares con
apariencia cristiana y con una educación que podríamos calificar de “pagana”.
Es preciso siempre, con bondad y candidez, enseñar a los hijos que la vida es
dura, que hay que amar la fortaleza como virtud cristiana, las cosas difíciles,
desde niños. No podemos dejar de hablar de Jesús Nuestro Señor y sus
enseñanzas, de María Santísima como Madre, abogada y protectora; de la Santa
Iglesia como Maestra de Verdad que nos lleva al Cielo, pues la Iglesia es
educadora por excelencia.
Publicado en: http://www.laprensagrafica.compadrefernandogioia@heraldos.info
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