por Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP.
[...] Invitación a la radicalidad del bien
La doctrina de las Bienaventuranzas reveló para siempre, como vimos, el vacío
de la felicidad fundada en la satisfacción de las pasiones desordenadas y en la
posesión de los bienes materiales. Como enseña magistralmente Benedicto
XVI, “los criterios mundanos son subvertidos cuando la realidad es analizada en
la perspectiva correcta, bajo el punto de vista de la escala de valores de
Dios, que difiere de la escala de valores del mundo”.
Con estas enseñanzas, Cristo indicó la vía para alcanzar el Cielo, donde
veremos a Dios cara a cara y participaremos de la propia vida divina, poseyendo
la misma felicidad de la cual Él goza. Y quien rige su conducta de acuerdo con
ellas comienza a ante gozar espiritualmente,
ya en esta tierra, la felicidad eterna.
Las Bienaventuranzas no son, por lo tanto, frases para ser estudiadas apenas
con la inteligencia, de modo frío, pero sí principios de vida a ser leídos y
meditados con el corazón, con el calor de alma quien quiere ponerse a camino,
siguiendo los pasos de Nuestro Señor Jesucristo.
¡Con suavidad divina, ellas nos invitan a la radicalidad, en la práctica del
bien, pues el padrón de virtud que en ellas Cristo nos propone no es sino Él
mismo, el propio Dios!
(CLA DIAS EP, Mons. João Scognamiglio in
“Lo inédito sobre los Evangelios” Tomo I, Librería Editrice Vaticana).
Texto completo en: Comentarios al Evangelio del IV Domingo del Tiempo Ordinario.
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