por Mons. João
Scognamiglio Clá Dias, EP
Comentario al Evangelio – XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
[...] No creamos que se trata de un simple
consejo de Jesús. ¡No! Es un precepto, una obligación, nadie puede eximirse de
la oración. Y cuanto más se suba en la vida interior, mayor será el deber y la
constancia de la plegaria.Comentario al Evangelio – XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
“Vigilen y oren” nos dice el Divino Maestro, y San Pablo insistirá: “Perseveren en la oración con espíritu vigilante y agradecido” (Col 4, 2) y
“Oren en todo momento” (1 Tes 5, 17). Nuestra naturaleza misma, tiznada por el pecado, nos exige esta postura frente a la oración; y aún más, así nos manda proceder la Santa Iglesia, de acuerdo a lo determinado por el Concilio de Trento: “Dios no manda lo imposible; y cuando nos manda una cosa, determina que hagamos lo que podemos y le pidamos lo que no podemos, así como la ayuda para poder”.
Por otro lado, la atención de parte de Dios será completa. Él no mira el tipo de necesidad, ni el origen o el tamaño de la misma, porque nada le es imposible. Acontecimientos, amenazas, riesgos, hombres, demonios, etc., todo está en sus manos y bastará con un ínfimo acto de su voluntad para resolver cualquier problema. Sin embargo, no olvidemos que si nos arrojamos contra una dificultad usando exclusivamente nuestras dotes y fuerzas naturales, no estará empeñada en eso la palabra de Dios. ¡Es necesario importunarlo! Él así lo exige. Aún más, es preciso ser incesante y ejercer una especie de “presión moral”, sin cansarnos.
¡La oración continua de los elegidos, clamando a su Padre en medio de las dificultades, es infalible!
Además, tomemos en cuenta la absoluta necesidad de la oración en lo que atañe a la salvación eterna, de acuerdo a las calurosas palabras de un gran Doctor de la Iglesia, San Alfonso María de Ligorio:
“Terminemos este punto concluyendo de cuanto dijimos, que el que ora ciertamente se salva y el que no ora por cierto será condenado. Todos los bienaventurados, salvo los niños pequeños, se salvaron por la oración. Todos los condenados se perdieron por no orar; si hubieran rezado no se habrían perdido. Y su mayor desesperación en el infierno será ésta, que podrían haber alcanzado la salvación con tanta facilidad, cuando bastaba pedir a Dios las gracias necesarias, y ahora esos miserables no tienen tiempo de pedir.”
Recordemos el maternal consejo de María: “Hagan todo lo que Él les diga” (Jn 2, 5). Con tales palabras nos confirma, al terminar los comentarios al Evangelio de hoy, que rezar siempre es indispensable. Y si queremos ser atendidos en mayor profusión y prontamente, hagámoslo por medio de su poderosa intercesión. Así estaremos agradando a Jesús, que se volverá aún más propicio a nuestras súplicas.
(Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP in "Lo inédito sobre los Evangelios" Librería Editrice Vaticana).
Para leer el artículo completo en: Comentario al Evangelio – XXIX Domingo del Tiempo Ordinario - El Juez y la viuda
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