¿Fátima y la Eucaristía? a primera vista se
diría que no hay mayor relación entre una cosa y otra. Pero en realidad, la
Eucaristía precede y corona las apariciones de la Virgen de Fátima, ese
trascendental acontecimiento del que estamos conmemorando el centenario.
Las proféticas manifestaciones de la Madre de Dios fueron efectivamente
precedidas por tres apariciones del Ángel de Portugal que prepararon a los
pastorcitos videntes para ser confidentes de la Reina del Cielo.
En la primera aparición, que fue durante la primavera de 1916, el Ángel les
enseñó a rezar así: “Mi Dios, yo creo, adoro, espero y te amo. Y te pido perdón
por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”.
Poco después, en el verano del mismo año, luego de recalcar en la necesidad de
que rezasen mucho, el Ángel les dijo: “En todas las formas que puedan ofrezcan
sacrificios a Dios en reparación por los pecados por los que Él es ofendido, y
en súplica por los pecadores. De esta forma ustedes traerán la paz a su país,
ya que yo soy su ángel guardián, el Ángel de Portugal. Además, acepten y
soporten con paciencia los sufrimientos que Dios les enviará”.
Por tercera vez se manifestó el Ángel en el mes de octubre, teniendo en su mano
izquierda un cáliz y sobre él, en el aire, estaba una hostia de donde caían
gotas de sangre en el cáliz. El ángel dejó el cáliz en el aire, se arrodilló
cerca de los niños y les pidió que repitiesen tres veces: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, te adoro profundamente, y te ofrezco el precioso cuerpo, la sangre, el
alma y la divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del
mundo, en reparación de los sufragios, sacrilegios e indiferencia por medio de
las cuales Él es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y
por el Inmaculado Corazón de María, pido humildemente por la conversión de los
pobres pecadores”.
Después el Ángel se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia. La hostia
se la dio a Lucía y el contenido del cáliz se los dio a Jacinta y a Francisco,
diciendo al mismo tiempo, “Tomen y beban el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo
terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofrezcan reparación
por ellos y consuelen a Dios”.
Este maravilloso preámbulo dio lugar seis meses después a la visita de la Madre
de Dios por seis veces consecutivas, entre mayo y octubre de 1917. Como se
sabe, la Virgen pidió oración, penitencia, conversión y alertó al mundo sobre
los castigos y las promesas que culminarían con el triunfo de su Inmaculado
Corazón.
En una de sus apariciones, el 13 de junio, la Virgen les dijo a los
pastorcitos: “vendré para pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado
Corazón y la comunión reparadora en los primeros sábados de mes”.
Efectivamente, ocho años después, el 10 de diciembre de 1925, la Santísima
Virgen se apareció a Lucía, que era postulante en el convento de las Doroteas
en Pontevedra, España, y le reveló: “Mira, hija mía, mi Corazón cercado de
espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e
ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme y di que a todos los que,
durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada
Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante 15 minutos meditando en
los misterios del rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la
hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación”. Posteriormente, el 13 de julio de 1929, María
dijo a Lucía: “Ha llegado el momento en que Dios pide que el Santo Padre, en
unión con todos los obispos del mundo, realice la consagración de Rusia a Mi
Corazón Inmaculado, prometiendo la salvación por este medio”.
El trece de mayo de 1982, S. Juan Pablo II declaró en el mismo santuario
portugués: “Fátima es más actual que hace sesenta y cinco años atrás. Y hasta
más urgente”. ¿Y qué diríamos ahora nosotros, cien años después? Podemos decir
que el mensaje de Fátima es aún más actual y más urgente que hace 35 años, por
la sencilla razón de que la humanidad no hizo penitencia ni se convirtió.
Tampoco dio oídos, en toda la extensión debida, al pedido de la comunión
reparadora de los primeros sábados de mes. Y en lo que se refiere a la
consagración de Rusia, parece que no fue hecha según los requisitos y en los
precisos términos pedidos.
No rezar, no reparar, no obedecer, son pecados que, en rigor, se pueden
calificar de omisión. ¿Y los incontables pecados de pensamientos, palabras y
obras con que los hombres ofenden a Dios y se pierden?
Pensemos en los sacrilegios que se van generalizando de forma pavorosa; por
ejemplo en la profanación del Santísimo Sacramento de parte de personas que
comulgan en estado de pecado mortal. Para no hablar de las violaciones de
sagrarios y robo de hostias consagradas en tantos lugares, cosa que ya va
dejando de ser noticia…
Estamos ante signos claros de la prevaricación del mundo.
A Santa Faustina Kowalska, el Señor de la Misericordia le dictó hace ochenta
años atrás: “Habla al mundo de mi Misericordia… Es señal de los últimos tiempos.
Después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo para que
recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia." (Diario de Santa
Faustina, 848).
“Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol” (Ecl. 3, 1)
¿Estaremos todavía en el tiempo de la misericordia o ya en el de la justicia?
* El Padre Rafael Ibarguren, pertenece Heraldos del Evangelio y a la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia
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