Plinio Corrêa de
Oliveira (Folha de S. Paulo 24/12/1983)
En 1974 tuve la honra de ser el primer firmante de un manifiesto publicado en algunos de los principales diarios de Brasil [...]
Su título era: “La política de distensión del Vaticano con los Gobiernos comunistas - Para la TFP: ¿omisión o resistencia?” (cfr. “Folha de S. Paulo”, 10-4-1974).
En éste las entidades declaraban su respetuoso desacuerdo con la Ostpolitik conducida por Pablo VI y exponían sus razones pormenorizadamente. Sea dicho de paso que todo fue expresado de una manera tan ortodoxa, que nadie levantó ninguna objeción al respecto.
Para resumir al mismo tiempo, en una sola frase, toda la veneración y firmeza
con la que declaraban su resistencia a la Ostpolitik vaticana, las TFP decían
al Pontífice: “Nuestra alma es vuestra, nuestra vida es vuestra. Mandadnos lo
que queráis. Sólo no nos mandéis que nos crucemos de brazos ante el lobo rojo
que arremete. A esto nuestra conciencia se opone.”En 1974 tuve la honra de ser el primer firmante de un manifiesto publicado en algunos de los principales diarios de Brasil [...]
Su título era: “La política de distensión del Vaticano con los Gobiernos comunistas - Para la TFP: ¿omisión o resistencia?” (cfr. “Folha de S. Paulo”, 10-4-1974).
En éste las entidades declaraban su respetuoso desacuerdo con la Ostpolitik conducida por Pablo VI y exponían sus razones pormenorizadamente. Sea dicho de paso que todo fue expresado de una manera tan ortodoxa, que nadie levantó ninguna objeción al respecto.
* * *
Me acordé de esta frase con especial tristeza al leer la carta escrita por Juan
Pablo II al cardenal Willebrands (cfr. “L'Osservatore Romano”, 6-11-1983), a
propósito del quingentésimo aniversario del nacimiento de Martin Lutero, y
firmada el 31 de octubre p. p., fecha del primer acto de rebelión del
heresiarca en la iglesia del castillo de Wittenberg. Ella está tan llena de
benevolencia y amenidad, que me pregunté si el augusto firmante se había
olvidado de las terribles blasfemias que el fraile apóstata lanzó contra Dios,
Cristo Jesús, Hijo de Dios; el Santísimo Sacramento, la Virgen María y el
propio Papado.
Lo cierto es que él no las ignora, pues están al alcance de cualquier católico culto, en libros de buen quilate que todavía no se han hecho difíciles de obtener.
Tengo en mente dos de ellos. Uno es nacional: “La Iglesia, la Reforma y la Civilización”, del gran jesuita P. Leonel Franca. El silencio eclesiástico oficial va dejando caer el polvo del tiempo sobre el libro y su autor.
El otro libro es de uno de los más conocidos historiadores franceses de este siglo: Funck-Brentano, miembro del Instituto de Francia. Este autor, por más señas, es protestante.
Comencemos citando trechos recogidos en “Luther”, obra de este último (Grasset, París, 1934, séptima edición, 352 páginas). Vamos directamente a esta blasfemia sin nombre: “Cristo —dice Lutero— cometió adulterio por primera vez con la mujer de la fuente de quien nos habla San Juan. ¿No se murmuraba en torno a El: "¿Qué hizo, entonces, con ella?"? Después, con Magdalena; enseguida, con la mujer adúltera, que El absolvió tan livianamente. Así, Cristo, tan piadoso, también tuvo que fornicar antes de morir” (“Propos de table”, núm. 1472, ed. de Weimar II, 107 - cfr. op. cit., pág. 235).
Leído esto, no nos sorprende que Lutero piense —como apunta Funck-Brentano— que “ciertamente Dios es grande y poderoso, bueno y misericordioso (...), pero estúpido —"Deus est stultissimus" ("Propos de table", núm. 963, ed. de Weimar, I, 478). Es un tirano. Moisés procedía, movido por su voluntad, como su lugarteniente, como verdugo que nadie superó, ni aún igualó, en asustar, aterrorizar y martirizar al pobre mundo” (op. cit., pág. 230).
Esto es estrictamente coherente con esta otra blasfemia que convierte a Dios en el verdadero responsable por la traición de Judas y la rebelión de Adán: “Lutero —comenta Funck-Brentano—llega a declarar que Judas, al traicionar a Cristo, procedió bajo la imperiosa decisión del Todopoderoso. Su voluntad (la de Judas) era dirigida por Dios; Dios lo movía con su omnipotencia. El propio Adán, en el paraíso terrenal, fue obligado a proceder como procedió. Estaba colocado por Dios en tal situación, que le era imposible no prevaricar” (op. cit., pág. 246).
Aún coherente con esta abominable secuencia, en un panfleto titulado “Contra el pontificado romano fundado por el diablo”, de marzo de 1545, Lutero no llamaba al Papa de “Santísimo”, según la costumbre, sino de “infernalísimo”, y agregaba que el Papado siempre se mostró sediento de sangre (cfr. op. cit., págs. 337-338).
No sorprende que, movido por tales ideas, Lutero escribiese a Melanchton, a propósito de las sangrientas persecuciones de Enrique VIII contra los católicos de Inglaterra: “Es lícito encolerizarse cuando se sabe qué especie de traidores, ladrones y asesinos son los papas, sus cardenales y legados. Le complacería a Dios que varios reyes de Inglaterra se empeñaran en acabar con ellos” (op. cit., pág. 254).
Por eso mismo también exclamó: “Basta de palabras. ¡El hierro! ¡El fuego!” Y añadió: “Castigamos a los ladrones a espada; ¿por qué no hemos de agarrar al Papa, a los cardenales y a toda la pandilla de la Sodoma romana y lavarnos las manos en su sangre?” (op. cit., pág. 104).
Este odio de Lutero lo acompañó hasta el fin de su vida. Afirma Funck-Brentano: “Su último sermón público en Wittenberg es del 17 de enero de 1546: el último grito de maldición contra el Papa, el sacrificio de la misa, el culto de la Virgen” (op. cit., pág. 340).
No asombra que grandes perseguidores de la Iglesia hayan festejado su memoria. Así, “Hitler mandó proclamar fiesta nacional en Alemania la fecha conmemorativa del 31 de octubre de 1517, cuando el fraile agustino rebelde fijó, en las puertas de la iglesia de Wittenberg, las famosas 95 proposiciones contra la supremacía y las doctrinas pontificias” (op. cit., pág. 272).
Y a pesar de todo el ateísmo oficial del régimen comunista, el doctor Erich Honnecker, presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Defensa aceptó encabezar el comité que, en plena Alemania roja, organizó las aparatosas conmemoraciones de Lutero este año (cfr. “German Comments”, de Osnabrück, Alemania occidental, abril de 1983).
Nada más natural que el fraile apóstata haya despertado tales sentimientos en un líder nazi y más recientemente en el líder comunista.
Nada más desconcertante, y hasta vertiginoso, que lo que ocurrió en un escuálido templo protestante de Roma, con motivo de la recientísima conmemoración del quingentésimo aniversario del nacimiento de Lutero, el día 11 del corriente.
Participó de ese acto festivo, de amor y admiración por la memoria del heresiarca, el prelado que el cónclave de 1978 eligió Papa; a quien incumbe, por tanto, la misión de defender los santos nombres de Dios y Jesucristo, la Santa Misa, la Sagrada Eucaristía y el Papado contra heresiarcas y herejes.
“Vertiginoso, espantoso”, gimió a propósito de eso mi corazón de católico, que, sin embargo, redobló su fe y su veneración por el Papado.
* * *
Sólo me queda por citar, en el próximo artículo, “La Iglesia, la Reforma y la Civilización”, del gran sacerdote Leonel Franca.
Lo cierto es que él no las ignora, pues están al alcance de cualquier católico culto, en libros de buen quilate que todavía no se han hecho difíciles de obtener.
Tengo en mente dos de ellos. Uno es nacional: “La Iglesia, la Reforma y la Civilización”, del gran jesuita P. Leonel Franca. El silencio eclesiástico oficial va dejando caer el polvo del tiempo sobre el libro y su autor.
El otro libro es de uno de los más conocidos historiadores franceses de este siglo: Funck-Brentano, miembro del Instituto de Francia. Este autor, por más señas, es protestante.
Comencemos citando trechos recogidos en “Luther”, obra de este último (Grasset, París, 1934, séptima edición, 352 páginas). Vamos directamente a esta blasfemia sin nombre: “Cristo —dice Lutero— cometió adulterio por primera vez con la mujer de la fuente de quien nos habla San Juan. ¿No se murmuraba en torno a El: "¿Qué hizo, entonces, con ella?"? Después, con Magdalena; enseguida, con la mujer adúltera, que El absolvió tan livianamente. Así, Cristo, tan piadoso, también tuvo que fornicar antes de morir” (“Propos de table”, núm. 1472, ed. de Weimar II, 107 - cfr. op. cit., pág. 235).
Leído esto, no nos sorprende que Lutero piense —como apunta Funck-Brentano— que “ciertamente Dios es grande y poderoso, bueno y misericordioso (...), pero estúpido —"Deus est stultissimus" ("Propos de table", núm. 963, ed. de Weimar, I, 478). Es un tirano. Moisés procedía, movido por su voluntad, como su lugarteniente, como verdugo que nadie superó, ni aún igualó, en asustar, aterrorizar y martirizar al pobre mundo” (op. cit., pág. 230).
Esto es estrictamente coherente con esta otra blasfemia que convierte a Dios en el verdadero responsable por la traición de Judas y la rebelión de Adán: “Lutero —comenta Funck-Brentano—llega a declarar que Judas, al traicionar a Cristo, procedió bajo la imperiosa decisión del Todopoderoso. Su voluntad (la de Judas) era dirigida por Dios; Dios lo movía con su omnipotencia. El propio Adán, en el paraíso terrenal, fue obligado a proceder como procedió. Estaba colocado por Dios en tal situación, que le era imposible no prevaricar” (op. cit., pág. 246).
Aún coherente con esta abominable secuencia, en un panfleto titulado “Contra el pontificado romano fundado por el diablo”, de marzo de 1545, Lutero no llamaba al Papa de “Santísimo”, según la costumbre, sino de “infernalísimo”, y agregaba que el Papado siempre se mostró sediento de sangre (cfr. op. cit., págs. 337-338).
No sorprende que, movido por tales ideas, Lutero escribiese a Melanchton, a propósito de las sangrientas persecuciones de Enrique VIII contra los católicos de Inglaterra: “Es lícito encolerizarse cuando se sabe qué especie de traidores, ladrones y asesinos son los papas, sus cardenales y legados. Le complacería a Dios que varios reyes de Inglaterra se empeñaran en acabar con ellos” (op. cit., pág. 254).
Por eso mismo también exclamó: “Basta de palabras. ¡El hierro! ¡El fuego!” Y añadió: “Castigamos a los ladrones a espada; ¿por qué no hemos de agarrar al Papa, a los cardenales y a toda la pandilla de la Sodoma romana y lavarnos las manos en su sangre?” (op. cit., pág. 104).
Este odio de Lutero lo acompañó hasta el fin de su vida. Afirma Funck-Brentano: “Su último sermón público en Wittenberg es del 17 de enero de 1546: el último grito de maldición contra el Papa, el sacrificio de la misa, el culto de la Virgen” (op. cit., pág. 340).
No asombra que grandes perseguidores de la Iglesia hayan festejado su memoria. Así, “Hitler mandó proclamar fiesta nacional en Alemania la fecha conmemorativa del 31 de octubre de 1517, cuando el fraile agustino rebelde fijó, en las puertas de la iglesia de Wittenberg, las famosas 95 proposiciones contra la supremacía y las doctrinas pontificias” (op. cit., pág. 272).
Y a pesar de todo el ateísmo oficial del régimen comunista, el doctor Erich Honnecker, presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Defensa aceptó encabezar el comité que, en plena Alemania roja, organizó las aparatosas conmemoraciones de Lutero este año (cfr. “German Comments”, de Osnabrück, Alemania occidental, abril de 1983).
Nada más natural que el fraile apóstata haya despertado tales sentimientos en un líder nazi y más recientemente en el líder comunista.
Nada más desconcertante, y hasta vertiginoso, que lo que ocurrió en un escuálido templo protestante de Roma, con motivo de la recientísima conmemoración del quingentésimo aniversario del nacimiento de Lutero, el día 11 del corriente.
Participó de ese acto festivo, de amor y admiración por la memoria del heresiarca, el prelado que el cónclave de 1978 eligió Papa; a quien incumbe, por tanto, la misión de defender los santos nombres de Dios y Jesucristo, la Santa Misa, la Sagrada Eucaristía y el Papado contra heresiarcas y herejes.
“Vertiginoso, espantoso”, gimió a propósito de eso mi corazón de católico, que, sin embargo, redobló su fe y su veneración por el Papado.
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Sólo me queda por citar, en el próximo artículo, “La Iglesia, la Reforma y la Civilización”, del gran sacerdote Leonel Franca.
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