Monseñor Joao S. Clá Dias, EP |
Dios nos dio una Ley eterna que grabó en nuestra alma; en el Sinaí nos entregó esta Ley escrita en tablas de piedra y, por fin, la manifestó aún visible y viva en el propio Nuestro Señor Jesucristo, el Verbo de Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros, para dar testimonio de la verdad. Juan 18, 37), de modo que todos la conocemos perfectamente.
Sin embargo,
a partir del momento en que Adán y Eva despreciaron esta Ley, en el Paraíso y, a la hora de la prueba, no optaron por la virtud, dejándose llevar por las atracciones del demonio hasta el punto de cometer el pecado, la tendencia del hombre es olvidarse la Palabra y la Ley.
Dios quiere de nosotros una aceptación plena de la Ley inmutable y sempiterna, siendo "practicantes de la Palabra y no meros oyentes" (Tg 1, 22); Él desea que nuestro ínterior esté completamente de acuerdo con los labios. Estos deben pronunciar lo que desborda del corazón, como afirmó Nuestro Señor: "La boca habla de lo que el corazón está lleno" (Lucas 6, 45). Es verdad que tenemos que traducir en palabras, en actitudes, en gestos, en creación de ambientes, en ceremonial y en la propia persona, la doctrina que recibimos como herencia. Pero para no caer en el equívoco farisaico, es necesario primero progresar en la vida espiritual, transformar el alma y alcanzar la máxima unión de vías y de reflexiones con Nuestro Señor Jesucristo; ¡el resto vendrá como consecuencia! Es Él quien, por su gracia, ha de hacer puro nuestro interior, para que de él salga la bondad y broten obras de justicia. Si no tenemos medios de dar a Dios un buen don, a la altura de nuestros anhelos, ofrezcamos a Él lo poco que poseemos, animados, sin embargo, de excelente intención, con toda el alma… ¡Será como el óbolo de la viuda elogiada por Jesús en el Evangelio (Marcos 12, 41-44): ella lanzó sólo dos moneditas, cuando, en el fondo, quería entregar su corazón!
Jesús discute con los fariseos |
La Liturgia de este 22º Domingo del Tiempo Ordinario se resume en el siguiente problema: ¿dónde está mi corazón? ¿Será que mis labios alaban a Dios, pero mi interior está fuera de la Ley? ¿Cuántas veces prefiero estar en consonancia con el mundo y en oposición a Nuestro Señor? ¿Yo pongo a Dios en el centro de mi vida o me pongo a mí mismo?
Todas nuestras acciones se correlacionan con nuestro destino eterno y con nuestra vocación sobrenatural; por eso somos invitados a ser íntegros delante de Dios, amándole, respetando sus Leyes con elevación de espíritu, fervientes en relación a la práctica de la santidad.
¡Pidamos a María Santísima que nos obtenga gracias extraordinarias para que nuestros corazones sean llameantes y los labios desborden de lo que canta y proclama el corazón!
(Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice Vaticana)
Texto completo en: Comentario al Evangelio del XXII Domingo del Tiempo Ordinario –Ciclo B- por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP
* Fundador de los Heraldos del Evangelio