sábado, 6 de enero de 2018

Comentario al Evangelio del domingo 7 de enero (Solemnidad de la Epifanía del Señor) por Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP

La Adoración de los Reyes Magos,
[…] ¿Somos fieles al brillo de esta estrella?
Cabe aquí una aplicación personal: brilló ante nuestros ojos esta estrella por ocasión del Bautismo, cuando Dios infundió en nuestra alma un cortejo de virtudes –las teologales: fe, esperanza y caridad; y las cardinales: prudencia, justicia, templanza y fortaleza, en torno de las cuales se agrupan todas las otras- y los dones del Espíritu Santo, y pasamos a participar de la naturaleza divina.

Pertenecemos al Cuerpo Místico de Cristo y el Cielo se abre frente a nosotros. Se hizo más resplandeciente esta estrella el día de nuestra Primera Comunión, al recibir el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo glorioso, cuando Él nos asume y santifica. A todo instante ella nos invita a la santidad, a rechazar nuestras malas tendencias y a estar totalmente prontos para oír la voz de la gracia que dice en nuestro interior “¡Ven y sígueme!”, y nos llama a ser generosos, de forma que nos constituyamos para otros una estrella, atrayéndolos para la Iglesia.
Si, por miseria o por probación, perdemos de vista esta luz, precisamos ir a Jerusalén, o sea, a la Santa Iglesia, la cual, en sus templos sagrados, se mantiene siempre a nuestra espera para indicarnos donde está Jesús. Allí habrá un sacerdote, estará expuesto el Santísimo Sacramento o se encontrará una imagen piadosa, instrumentos para rencender la estrella existente en nuestro corazón.
Nos compete, además tomar cuidado con el “Herodes” instalado dentro de nosotros: nuestro orgullo, nuestro materialismo, nuestro egoísmo. Él pretende apagar esta estrella, por el pecado mortal, y colocarnos en las vías de los placeres ilícitos; quiere llevarnos a matar a Jesucristo que está en nuestra alma como un lucero centelleante. Seremos del mundo y del demonio si tenemos una doble vida, limitándonos a frecuentar la iglesia los domingos y comportándonos, después como si desconociésemos la estrella. Debemos, por lo tanto, estar siempre junto a Nuestro Señor, ofreciéndole el oro de nuestro amor, el incienso de nuestra adoración y la mirra de nuestras miserias y contingencias, pidiendo constantemente el auxilio de su gracia.
Comprendamos en esta Solemnidad de la Epifanía, que los Reyes Magos nos dan el ejemplo de cómo alcanzar la plena felicidad.
Monseñor Joao S. Clá Dias, EP
Con los ojos puestos en la Virgen María, imploremos: “Mi Madre, mira como soy débil, inconstante, miserable, y cuando sea necesario, ¡oh Madre!, de tu súplica y protección. Acógeme, mi Madre, yo me entrego en tus manos para que tú me entregues a tu Hijo”. Y dirigiéndonos a San José, digamos: “Mi Patriarca, señor mío, aquí estoy, ten pena de mí, ayúdame a pedir a tu esposa, María Santísima, que Ella tenga siempre sus ojos puestos en mí”. Roguemos a los Reyes Magos que intercedan junto al Santo Matrimonio y al Niño Jesús, para que obtengamos la gracia de no procurar luces mentirosas, sino seguir la verdadera estrella, o sea, la de la práctica de la virtud y del horror al pecado. ²
(Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios”, Volumen I, Librería Editrice Vaticana)
2) Cf. TUYA, OP, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, volumen V, p.36-37.