Dios quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1 Tm 2, 4). Para esto, Jesús creó la Iglesia, institución esencialmente misionera y apostólica que, con el correr de los siglos, fue cumpliendo in crescendo esta grandiosa misión. Él nos dice: “Yo vine para que todos tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10, 10).
El llamado al apostolado no es privilegio exclusivo de los religiosos.
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No nos separemos ni un sólo milímetro de la Cátedra infalible de Pedro. |
Él se extiende también a los laicos, según nos enseña el Concilio Vaticano II: “El apostolado de los laicos, una vez que proviene de su propia vocación cristiana, jamás puede dejar de existir en la Iglesia. La propia Sagrada Escritura demuestra abundantemente cuán espontánea y fecunda fue tal actividad en los albores de la Iglesia.
“Ahora bien, nuestros tiempos exigen no menor celo de los laicos; al contrario, las circunstancias actuales reclaman, de parte de ellos, un apostolado más fecundo y absolutamente más vasto. De hecho, el aumento de la población, el progreso de la ciencia y de la técnica, las relaciones más estrechas entre los hombres, no sólo dilataron inmensamente los campos del apostolado de los laicos, en gran parte sólo accesibles a ellos, como así también suscitaron nuevos problemas que requieren su inteligente solicitud y su esfuerzo.
“Y más urgente se torna tal apostolado en vista de la enorme autonomía adquirida por muchos sectores de la vida humana, a veces con algún desvío de orden ético y religioso y grave riesgo para la vida cristiana. Además de esto, en numerosas regiones en las cuales los sacerdotes son muy pocos o, en algunas ocasiones están privados de la libertad de ejercer su ministerio, la Iglesia difícilmente podría estar presente y activa sin el concurso de los laicos.
“Muestra de esta múltiple y urgente necesidad es la acción evidente del Espíritu Santo, que hoy torna a los laicos cada vez más conscientes de sus propias responsabilidades y los incita al servicio de Cristo y de la Iglesia, en todas partes”(1).
No menos incisivo que el Concilio Vaticano II es el Doctor Angélico al destacar esta responsabilidad de los laicos, especialmente en las situaciones de crisis de religiosidad: “Cuando la fe se encuentra en peligro, todos están obligados a propagarla entre los demás, sea instruyéndolos y confirmándolos, sea reprimiendo y contrarrestando los ataques de los enemigos”(2).
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Que María Santísima infunda en nuestras almas la felicidad de creer en lo que la Jerarquía nos enseña |
Ya Pío XII, en su tiempo, condenaba la inacción en materia de apostolado: “El
Papa debe, en su puesto, vigilar incesantemente, rezar, y con prodigalidad, con
el fin de que el lobo no termine por penetrar en el redil para robar y
dispersar el rebaño (…). Los colaboradores del Papa en el gobierno de la
Iglesia hacen cuanto le es posible. Pero esto no basta; todos los fieles de
buena voluntad deben despertar del letargo y sentir la parte de responsabilidad
que les cabe en el éxito de esta empresa de salvación”(3).
En síntesis, nuestra propia vida interior exige –cuando busca su perfección
plena- que auxiliemos todos los que estén al alcance de nuestra actividad
apostólica, con el fin de encaminarlos para el seno de la Iglesia.Esta magnífica obra evangelizadora tiene su paradigma en la Liturgia de este domingo.[…]
V – Conclusión
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Monseñor Joao S. Clá Dias, EP |
Roguemos a María, Madre de la Iglesia, que jamás nos separemos ni un sólo milímetro de la Cátedra infalible de Pedro, en nuestra fe, espíritu y disciplina. Que María infunda en nuestras almas la felicidad de creer en lo que la Jerarquía enseña, practicar lo que ella ordena, amar lo que ella ama, y recorrer sus vías para llegar a la gloria eterna.
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1) Decreto Apostolicam Actuositatem, n. 1.
2) Suma Teológica II-II, q. 3, a. 2, ad 2.
3) Discurso a los Hombres de la Acción Católica Italiana, 12/10/1952.
(MONSEÑOR JOAO S. CLÁ DIAS, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios”, Librería Editrice Vaticana).
Texto completo en: Comentario al Evangelio del II Domingo del Tiempo Ordinario