¡Mis hijos y
mis hijas, tratándose de un día como éste en que se reúnen para celebrar mi
septuagésimo octavo aniversario, me puse a reflexionar sobre cómo iniciar las
palabras que deberían alegrarles, y consolar
este corazón de Padre que palpita de amor por ustedes, mis enjolras! [1]
Entonces me recordé de un hecho de la vida de un prelado santo. Se encontraba San Alfonso María
de Ligorio, con más de noventa años de edad, recogido en el convento de los Padres Redentoristas de Pagani, Italia, cuando le comunicaron que ese día serían ordenados dos nuevos sacerdotes discípulos suyos. Entre ellos estaba un alma que sería sustentáculo de su familia religiosa: San Clemente María Hofbauer. Una moción de la gracia llevó a San Alfonso a dirigirse a la capilla, recitando la siguiente oración: “Jesús, acepta mi vida por ellos, o antes déjame rezar y sufrir aún algunos años por los dos padres que hoy van a ser ordenados”. [2] El santo fundador percibía que no era la voluntad de Dios su muerte, pero sí la aceptación en vida de los tormentos que los Cielos le enviasen para fortalecer y guiar aquellas dos almas hacia el cumplimiento de su alta misión.
Llegando a la edad de setenta y ocho años éste, su Padre, a la manera del gran San Alfonso, no desea morir para que la Santa Iglesia triunfe, pero siente al Espíritu Santo soplarle al corazón: “João, quiero más de ti” Esta moción de la gracia me lleva no a ofrecer mi vida, concluyéndola ahora, sino a ofrecer los sufrimientos que la Divina Providencia aún me concederá, para que la Santa Iglesia sea glorificada y cumpla su misión de instaurar en la tierra, lo que la oración del Señor repite día a día en nuestros labios: “Venga a nosotros tu Reino”.
Este Reino vendrá, el Señor lo prometió y Nuestra Señora en Fátima anunció al mundo entero: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”
¿Cómo será? ¿Cuándo? Dios lo sabe y ha preparado a cada uno de ustedes para su triunfo, pues las tinieblas “no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18).
Quien ama el dolor por amor al Reino de los Cielos todo lo soportará
Mis hijos y mis hijas, después de setenta y ocho años de una vida dedicada en pro de la Santa Iglesia, les puedo decir, uniendo mi voz a la del Eclesiástico: Mi hijo, si entraste para el servicio de Dios, atención, prepara tu alma para la prueba (cfr. Ecle. 2, 1).
La vida humana es una lucha. Solamente aquellos que abracen las vías de la sabiduría, serán capaces de soportar los sufrimientos que Dios nos envía para purificar nuestra alma en el crisol de la probación. Por esto, mis hijos y mis hijas, el Divino Maestro nos enseña: “Quien no toma su cruz y no me sigue, no es digno de mí” (Mt 10, 38).
Este Padre, que no hace otra cosa sino amarlos, desea formarlos y prepararlos para el Reino de los Cielos, pues solamente quien esté dispuesto a sufrir conmigo, Padre y fundador de esta familia espiritual, estará dispuesto a soportar las pruebas y los dolores por amor al Paraíso.
Veo que muchos se preguntan cómo perseverar. Es simple, mis hijos: quien ama la vida eterna es como el comprador que encontró el tesoro escondido en un campo. Vende todo lo que posee y compra aquel campo para alcanzar un tesoro eterno. Quién así proceda, encontró la vida eterna (cfr. Mt 13, 44). Por esta razón les alerto: quien conmigo no recoge, desparrama (cfr. Mt 12, 30), pues “quien ama el peligro en él perecerá” (Ecle. 3, 27).
Aquel que nos congregó y nos formó siempre nos enseñó que el hombre que ama el dolor por amor del Reino de los Cielos, todo soportará.
Es imposible desertar de una vocación
tan elevadaEntonces me recordé de un hecho de la vida de un prelado santo. Se encontraba San Alfonso María
de Ligorio, con más de noventa años de edad, recogido en el convento de los Padres Redentoristas de Pagani, Italia, cuando le comunicaron que ese día serían ordenados dos nuevos sacerdotes discípulos suyos. Entre ellos estaba un alma que sería sustentáculo de su familia religiosa: San Clemente María Hofbauer. Una moción de la gracia llevó a San Alfonso a dirigirse a la capilla, recitando la siguiente oración: “Jesús, acepta mi vida por ellos, o antes déjame rezar y sufrir aún algunos años por los dos padres que hoy van a ser ordenados”. [2] El santo fundador percibía que no era la voluntad de Dios su muerte, pero sí la aceptación en vida de los tormentos que los Cielos le enviasen para fortalecer y guiar aquellas dos almas hacia el cumplimiento de su alta misión.
Llegando a la edad de setenta y ocho años éste, su Padre, a la manera del gran San Alfonso, no desea morir para que la Santa Iglesia triunfe, pero siente al Espíritu Santo soplarle al corazón: “João, quiero más de ti” Esta moción de la gracia me lleva no a ofrecer mi vida, concluyéndola ahora, sino a ofrecer los sufrimientos que la Divina Providencia aún me concederá, para que la Santa Iglesia sea glorificada y cumpla su misión de instaurar en la tierra, lo que la oración del Señor repite día a día en nuestros labios: “Venga a nosotros tu Reino”.
Este Reino vendrá, el Señor lo prometió y Nuestra Señora en Fátima anunció al mundo entero: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”
¿Cómo será? ¿Cuándo? Dios lo sabe y ha preparado a cada uno de ustedes para su triunfo, pues las tinieblas “no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18).
Quien ama el dolor por amor al Reino de los Cielos todo lo soportará
Mis hijos y mis hijas, después de setenta y ocho años de una vida dedicada en pro de la Santa Iglesia, les puedo decir, uniendo mi voz a la del Eclesiástico: Mi hijo, si entraste para el servicio de Dios, atención, prepara tu alma para la prueba (cfr. Ecle. 2, 1).
La vida humana es una lucha. Solamente aquellos que abracen las vías de la sabiduría, serán capaces de soportar los sufrimientos que Dios nos envía para purificar nuestra alma en el crisol de la probación. Por esto, mis hijos y mis hijas, el Divino Maestro nos enseña: “Quien no toma su cruz y no me sigue, no es digno de mí” (Mt 10, 38).
Este Padre, que no hace otra cosa sino amarlos, desea formarlos y prepararlos para el Reino de los Cielos, pues solamente quien esté dispuesto a sufrir conmigo, Padre y fundador de esta familia espiritual, estará dispuesto a soportar las pruebas y los dolores por amor al Paraíso.
Veo que muchos se preguntan cómo perseverar. Es simple, mis hijos: quien ama la vida eterna es como el comprador que encontró el tesoro escondido en un campo. Vende todo lo que posee y compra aquel campo para alcanzar un tesoro eterno. Quién así proceda, encontró la vida eterna (cfr. Mt 13, 44). Por esta razón les alerto: quien conmigo no recoge, desparrama (cfr. Mt 12, 30), pues “quien ama el peligro en él perecerá” (Ecle. 3, 27).
Aquel que nos congregó y nos formó siempre nos enseñó que el hombre que ama el dolor por amor del Reino de los Cielos, todo soportará.
¡Quien quiera seguirme, repito con el Divino Redentor, tome su cruz y sígame! Así podremos hacer honor a nuestro glorioso nombre de cristianos, como tan bien nos lo recuerda la Carta a Diogneto, que describe el camino de los electos en esta tierra: “Son de carne, sin embargo no viven según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudad está en el Cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su género de vida superan las leyes. Aman a todos y por todos son perseguidos. Los condenan sin conocerlos, entregados a la muerte, dan la vida. Son pobres, pero enriquecen a muchos; les falta todo y viven en la abundancia. Son despreciados pero, en medio de los oprobios se llenan de gloria. Son calumniados, pero transluce el testimonio de su justicia. Los maldicen y ellos los bendicen. Sufren afrentas y pagan con honras. Practican el bien y son castigados como malhechores. Al ser castigados, se alegran como si ellos les diesen vida. Los judíos les hacen la guerra como a extranjeros y los paganos los persiguen, pero ninguno de aquellos que los odian sabe decir la causa de ese odio. [...] Los cristianos, constantemente mortificados, ven crecer su número día a día. Dios los colocó en posición tan elevada que les es imposible desertar”. [3]
Mis hijos, la Santísima Virgen nos llamó a una vocación tan alta que nos es imposible desertar. Si viésemos a la Virgen, ¿que nos diría Ella? “Mis hijos, los escogí del mundo para que sean míos, para servir mi Reino en esta tierra y glorificarme en los Cielos. Si supiesen qué les aguarda por servirme, les sería imposible vivir más en esta tierra, desearían volar a mi Reino eterno”.“El justo vivirá por la fe”
¿Cómo no conmovernos si la Santísima Virgen María nos dirigiese tales palabras de afecto y de amor? Y esto, mis hijos, Ella nos dice en lo más profundo de nuestros corazones: “¡Mi hijo, persevera, mi Reino es de ustedes para siempre!”
Mis hijos, en este día en que la Santa Iglesia universal conmemora la Asunción de María Santísima a los Cielos y en que ustedes se reúnen para prestar homenajes a este Padre que los ama y vive para servirlos, gustaría decirles como el Apóstol San Pablo: “¡El justo vivirá por la fe!” (Gal 3, 11).
Las batallas que nos aguardan son grandiosas, de ellas dependerá nuestra entrada al Cielo, por eso perseveren, mis hijos, perseveren en su lucha, perseveren en su virtud, perseveren en su santidad. Pues Nuestro Señor nos llama a las pruebas que nos conducirán al Paraíso: “En el mundo tendrán aflicciones. ¡Coraje! Yo vencí el mundo” (Juan 16, 33).
Su Padre se consume de celo por el
Reino de María
¿Cómo se dará y cuándo vendrá? ¡No lo sé! Este, su Padre se siente como Elías en lo alto de la montaña esperando ver pasar al Señor (cfr. Rs. 19, 8-14): vendrá un viento impetuoso y violento que agrietará las montañas y quebrará las rocas, pero el Señor no estará en ese viento. Después del viento la tierra temblará, pero el Señor no se encontrará en el temblor de tierra. Cesado el temblor de tierra, se encenderá un fuego, pero el Señor no estará en el fuego. Finalmente, después del fuego se oirá un murmullo de una brisa ligera que me inspirará: “João, cúbrete el rostro con tu manto, pues llegaste delante de Dios”. En este momento, el Señor me dirá: “¿João, qué haces aquí?”
Con el alma colmada por sus gracias, su Padre responderá: “Yo me consumo de celo por el Señor, Dios de los ejércitos. Porque abandonaron su alianza, derrumbaron sus altares y pasaron sus profetas por el filo de la espada. Quedé sólo yo, y ahora me quieren quitar la vida” (I Rs 19, 14).
Hijos míos, las pruebas vendrán, será dura nuestra lucha, pero el suave murmullo de una brisa celestial traerá a la humanidad los frutos de la Sangre preciosísima del Redentor, que renovará el universo, haciendo bajar a la tierra el Reino de María.
¡Estas son palabras salidas del corazón de su Padre, que hoy se regocija con ustedes por un año más de vida, un año de lucha, un año de victoria!
(*) Publicado en Revista Heraldos del Evangelio,
setiembre de 2017.
[1 ] En el convivio entre los miembros de los Heraldos del Evangelio, los más jóvenes son llamados de “enjolras”, término acuñado afectuosamente por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira.
[2] HÜNERMANN, Janssen. São Clemente Maria: Vanguardeiro da Congregação Redentorista. Petrópolis: Vozes, 1953, p.71.
[3] CARTA A DIOGNETO. In: COMISSÃO EPISCOPAL DE TEXTOS LITÚRGICOS. Liturgia das Horas. Petrópolis: Vozes; Paulinas; Paulus; Ave-Maria, 2000, v.II, p.757-758.
¿Cómo se dará y cuándo vendrá? ¡No lo sé! Este, su Padre se siente como Elías en lo alto de la montaña esperando ver pasar al Señor (cfr. Rs. 19, 8-14): vendrá un viento impetuoso y violento que agrietará las montañas y quebrará las rocas, pero el Señor no estará en ese viento. Después del viento la tierra temblará, pero el Señor no se encontrará en el temblor de tierra. Cesado el temblor de tierra, se encenderá un fuego, pero el Señor no estará en el fuego. Finalmente, después del fuego se oirá un murmullo de una brisa ligera que me inspirará: “João, cúbrete el rostro con tu manto, pues llegaste delante de Dios”. En este momento, el Señor me dirá: “¿João, qué haces aquí?”
Con el alma colmada por sus gracias, su Padre responderá: “Yo me consumo de celo por el Señor, Dios de los ejércitos. Porque abandonaron su alianza, derrumbaron sus altares y pasaron sus profetas por el filo de la espada. Quedé sólo yo, y ahora me quieren quitar la vida” (I Rs 19, 14).
Hijos míos, las pruebas vendrán, será dura nuestra lucha, pero el suave murmullo de una brisa celestial traerá a la humanidad los frutos de la Sangre preciosísima del Redentor, que renovará el universo, haciendo bajar a la tierra el Reino de María.
¡Estas son palabras salidas del corazón de su Padre, que hoy se regocija con ustedes por un año más de vida, un año de lucha, un año de victoria!
Basílica Nuestra Señora del Rosario, Caieiras, São Paulo |
[1 ] En el convivio entre los miembros de los Heraldos del Evangelio, los más jóvenes son llamados de “enjolras”, término acuñado afectuosamente por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira.
[2] HÜNERMANN, Janssen. São Clemente Maria: Vanguardeiro da Congregação Redentorista. Petrópolis: Vozes, 1953, p.71.
[3] CARTA A DIOGNETO. In: COMISSÃO EPISCOPAL DE TEXTOS LITÚRGICOS. Liturgia das Horas. Petrópolis: Vozes; Paulinas; Paulus; Ave-Maria, 2000, v.II, p.757-758.