martes, 15 de agosto de 2017

Comentario al Evangelio – SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (15 de agosto) por Mons. João S. Clá Dias, EP.

[...] Las promesas del mundo frente a las promesas de Dios
“Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón,  derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

El cántico del Magnificat pasa a una segunda parte en estos versículos. En la primera, como hemos visto, María describe los favores recibidos, y en esta segunda muestra cómo el mundo es nada, con el fin de resaltar lo mucho que éste y el demonio, con apariencias de enorme poder, hacen promesas muy diferentes a las divinas. Parecería que la paz mundana calma todos nuestros deseos ilegítimos, fruto del pecado original. Sin embargo, cuando el adversario de Dios nos propone algo, tengamos la certeza de que será precisamente lo que nos va a robar. El demonio nos promete la gloria y es la gloria eterna lo que nos arrebata; nos promete el bienestar y es el bienestar lo que nos quita, puesto que si pecamos seremos infelices en esta vida y después por toda la eternidad, igual que él.
La paz que Dios nos ofrece exige lucha. “Si vis pacem, para bellum — Si quieres la paz, prepárate para la guerra”.11 Para que logremos la verdadera paz dentro de nosotros, es necesario batallar contra nuestras malas inclinaciones y ser héroes. Entonces es cuando el Señor “hace proezas con su brazo”, que es omnipotente y derriba a los orgullosos, mientras que “levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo” (Sal 112, 7-8). Al mismo tiempo, llena de dones y gracias a aquel que tiene sed y hambre de justicia, y despide con las manos vacías a los que se juzgan llenos de los bienes del mundo, o sea, prestigio, fortuna, ciencia, etcétera.
Dios siempre supera nuestras expectativas
“Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como lo había prometido a nuestros padres— en favor de Abrahán y su descendencia por siempre”.
En la última parte de su inspirado cántico, la Santísima Virgen destaca cómo Dios —de manera opuesta al demonio, al mundo y a la carne— da todo lo que promete y lo hace con superabundancia. Nos ofrece una vida eterna extraordinaria y cuando veamos la realidad nos daremos cuenta de que nos concedió mucho más de lo que fuimos capaces de imaginar. A la luz de la contemplación de la gloria de María se nos invita en este día, con el Magnificat, a tener el corazón lleno de confianza en el Señor que, en su prodigalidad divina, quiere colmarnos de bienes, siempre que no pongamos obstáculos.
III – Un Camino de luz se abre para todos
La liturgia de esta solemnidad nos abre unas puertas enormes y un camino florido y lleno de luz en lo que se refiere a la salvación eterna. Ante la garantía de nuestra resurrección que el misterio de la Asunción de María Santísima nos concede, deberíamos considerarnos unos a otros mutuamente según ese ideal, como si ya hubiéramos resucitado, pues por encima del abatimiento y de las pruebas de esta vida, brilla la esperanza de la glorificación hacia la cual nos dirigimos.
Vivamos buscando los bienes de lo alto, y que nuestro pensamiento acompañe el trayecto seguido por María Virgen. Ella entró en el Cielo en cuerpo y alma y fue exaltada; como nosotros en el momento presente no podemos adentrarnos físicamente en él, hagámoslo al menos con el deseo. Volvámonos hacia el trono de María Asunta y así recibiremos gracias tras gracias para estar siempre en ese camino que nos conducirá a la resurrección feliz y eterna cuando recuperaremos nuestros cuerpos en estado glorioso.

(Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana)
Texto completo: Comentario al Evangelio – SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (15 de agosto)