[...] Las promesas del mundo frente a las
promesas de Dios
“Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a
los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos”.
El cántico del Magnificat pasa a una segunda parte en estos versículos. En la
primera, como hemos visto, María describe los favores recibidos, y en esta
segunda muestra cómo el mundo es nada, con el fin de resaltar lo mucho que éste
y el demonio, con apariencias de enorme poder, hacen promesas muy diferentes a
las divinas. Parecería que la paz mundana calma todos nuestros deseos
ilegítimos, fruto del pecado original. Sin embargo, cuando el adversario de
Dios nos propone algo, tengamos la certeza de que será precisamente lo que nos
va a robar. El demonio nos promete la gloria y es la gloria eterna lo que nos
arrebata; nos promete el bienestar y es el bienestar lo que nos quita, puesto
que si pecamos seremos infelices en esta vida y después por toda la eternidad,
igual que él.
La paz que Dios nos ofrece exige lucha. “Si vis pacem, para bellum — Si quieres
la paz, prepárate para la guerra”.11 Para que logremos la verdadera paz dentro
de nosotros, es necesario batallar contra nuestras malas inclinaciones y ser
héroes. Entonces es cuando el Señor “hace proezas con su brazo”, que es
omnipotente y derriba a los orgullosos, mientras que “levanta del polvo al
desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los
príncipes de su pueblo” (Sal 112, 7-8). Al mismo tiempo, llena de dones y
gracias a aquel que tiene sed y hambre de justicia, y despide con las manos
vacías a los que se juzgan llenos de los bienes del mundo, o sea, prestigio,
fortuna, ciencia, etcétera.
Dios siempre supera nuestras
expectativas
“Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como lo había
prometido a nuestros padres— en favor de Abrahán y su descendencia por
siempre”.
En la última parte de su inspirado cántico, la Santísima Virgen destaca cómo
Dios —de manera opuesta al demonio, al mundo y a la carne— da todo lo que
promete y lo hace con superabundancia. Nos ofrece una vida eterna
extraordinaria y cuando veamos la realidad nos daremos cuenta de que nos
concedió mucho más de lo que fuimos capaces de imaginar. A la luz de la
contemplación de la gloria de María se nos invita en este día, con el
Magnificat, a tener el corazón lleno de confianza en el Señor que, en su
prodigalidad divina, quiere colmarnos de bienes, siempre que no pongamos
obstáculos.
III – Un Camino de luz se abre para
todos
La liturgia de esta solemnidad nos abre unas puertas enormes y un camino
florido y lleno de luz en lo que se refiere a la salvación eterna. Ante la
garantía de nuestra resurrección que el misterio de la Asunción de María
Santísima nos concede, deberíamos considerarnos unos a otros mutuamente según
ese ideal, como si ya hubiéramos resucitado, pues por encima del abatimiento y
de las pruebas de esta vida, brilla la esperanza de la glorificación hacia la
cual nos dirigimos.
Vivamos buscando los bienes de lo alto, y que nuestro pensamiento acompañe el
trayecto seguido por María Virgen. Ella entró en el Cielo en cuerpo y alma y
fue exaltada; como nosotros en el momento presente no podemos adentrarnos
físicamente en él, hagámoslo al menos con el deseo. Volvámonos hacia el trono
de María Asunta y así recibiremos gracias tras gracias para estar siempre en ese
camino que nos conducirá a la resurrección feliz y eterna cuando recuperaremos
nuestros cuerpos en estado glorioso.
(Mons.
João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I,
Librería Editrice Vaticana)
Texto completo: Comentario al Evangelio – SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (15 de agosto)