por P. Rafael Ibarguren Schindler, EP (Heraldos del Evangelio) – Consiliario de Honor de la FMOEI*
La meditación de este mes será sobre el importante tema de las visitas al
Santísimo Sacramento con el fin de hacerle compañía y adorarlo. Para abordar la
materia, nos servirá como inspiración un coloquio de un fervoroso adorador
brasileño, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira.
Entre todos los medios de santificación que dispone nuestra Iglesia, el
principal es, de lejos, la Eucaristía.
Ella no es solo un vehículo de la gracia, como lo son los otros sacramentos,
actos de piedad o buenas obras que podamos practicar; la Eucaristía contiene al
propio Autor de la gracia que, además, se da a Sí mismo.
Sucede que el Santísimo está siempre a nuestro alcance, por eso debemos
procurar visitarlo con asiduidad tanto en los días de exposición solemne como
en los días comunes, en que permanece oculto en el Sagrario. A decir verdad,
está no solo a nuestro alcance: está también a nuestra espera.Imaginemos un jefe de estado, o un potentado, o alguna persona importante que
tenga mando, influencia o dinero: atraerá a sí aplausos, pedidos, interés,
consideración, etc. Seguramente siempre estará rodeado de mucha gente, de
admiradores e, inclusive, de aduladores…
Pero, ¿quién más rico y generoso, quién más amigo y más sociable que Nuestro
Señor? Él, que nos creó, nos redimió y nos espera en el cielo, hace sus
delicias en estar con nosotros (Prov. 8, 31) ¿Cómo no acercarnos a este
Bienhechor con la mayor frecuencia posible en la medida en que nuestras
condiciones lo permitan?
Aquí aterrizamos en nuestro tema. Nunca será suficiente insistir en algo tan
conocido… y tan subestimado. Y ya que nuestra inconsecuencia es recurrente, no
estará demás machacar en este punto, aun corriendo el riesgo de repetir lo ya
dicho mil veces, que es más que sabido.
¡Nuestros reparos inconfesados a las visitas al Santísimo necesitan ser
denunciados y desenmascarados!
Vamos a presentarles batalla refutando aquí cinco objeciones que pueden
presentarse a nuestro espíritu.
Primera objeción: “Cuando comencé a hacer visitas regulares al Santísimo me
gustó la experiencia, me hacían bien; pero ahora ya no siento nada de piedad”.
-Respuesta: La verdadera devoción no consiste en “sentir”. Dios quiere nuestro
amor que puede existir sin emoción sensible. Esa no sería una razón para
abandonar una práctica tan recomendable. En la aridez ¡nuestra visita puede
tener hasta más mérito! La inteligencia iluminada por la fe es quien debe mover
la voluntad, no la sensibilidad que es, con la imaginación, “la loca de la
casa”.
Segunda objeción: “No tengo qué decirle a Jesús Sacramentado. Mis visitas se
han tornado maquinales, frías, meramente exteriores”.
Respuesta: Aunque no se tenga nada que decir, hay que saber que las Sagradas
Especies tienen un efecto santificador. Él sí tiene qué decirnos. Además, suele
suceder que no tenga nada que decir por falta de esfuerzo mental… Podemos
recordar los propósitos de la última visita, o leer el Evangelio del día, o
reparar por aquel desaire con que pude haberle ofendido, o, sencillamente,
mirarle, sin más.
Tercera objeción: “Estoy muy ocupado en otras cosas, inclusive en tareas de
apostolado; no me sobra tiempo para ir a la iglesia”.
Respuesta: Evidentemente debo organizarme en función de obligaciones y
compromisos que tenga; pero, por ejemplo, si vivo cerca de una iglesia, es
seguro que mis visitas podrían ser frecuentes. Esa objeción parece inspirada
por un activismo naturalista que no pondera el valor de la vida sobrenatural.
Cualquier obra de apostolado que haga, para que sea fecunda, tiene que ser
regada con la unción espiritual que parte del sagrario.
Cuarta objeción: “Mi fe es adulta, esclarecida, varonil. ¿Hacer compañía a
Jesús o consolarlo? son cosas meramente sentimentales. Prefiero informarme y
estudiar las cosas de la fe. O hacer obras sociales”.
Respuesta: ¿Y desde cuándo la vida intelectual excluye el afecto y los
sentimientos? Esta objeción es inconsistente, porque parte de una premisa
errada. Un católico auténtico no profesa ni un romanticismo sentimental, ni un
cartesianismo frio, ni mera filantropía. “Si me falta el amor, nada soy” (Cor.
13, 2).
Quinta objeción: “Para mi vida de piedad, me atengo a las prácticas litúrgicas
como la participación en la Misa o la recitación de la Liturgia de las Horas.
La oración oficial de la Iglesia vale más que los actos de piedad privados”.
Respuesta: Está mal restringirse solo a lo que es estrictamente litúrgico,
despreciando otras formas consagradas de la piedad popular como son el rosario,
el vía crucis, las novenas, las obras de misericordia… ¡las visitas al
Santísimo!
Estas u otras objeciones podrán impedir que recibamos el beneficio de estar en
la compañía del Señor. Pero una cosa permanece con claridad solar; es una
verdad elemental del catecismo de primeras nociones y, a la vez, la convicción
más preciada de las almas que llegan a los más altos vuelos de la mística
cristiana: Nuestro Señor está presente en el sagrario y ahí nos espera siempre.
En la hora de encontrarnos con Él para rendirle cuentas de nuestras acciones,
habiéndolo desconocido tanto, ¿nos mirará como un amigo o seremos reos de esa
sentencia terrible “¡Jamás os conocí”! (Mt. 7, 23)?
Mientras hay tiempo, es muy saludable familiarizarse con el Señor.
*Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia
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