por Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP.
[...] La obra del Redentor se perpetúa por los siglos
“Ya no estoy en este mundo, pero ellos permanecen en el mundo, mientras Yo voy junto de Ti”.
El Salvador ahora se refiere al término de su misión terrenal –la cual
concluiría en breve, con la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión- y, al
mismo tiempo, declara su continuidad en los Apóstoles, bien como en todos los
que son de Él y que “permanecen en el mundo”. En efecto, la actividad de los
Apóstoles tiene una repercusión perenne en la Historia, cuya prueba somos
nosotros, los bautizados que hoy nos
empeñamos en alcanzar la santidad, gracias a la ardorosa diligencia de las
primeras columnas de la Iglesia.[...] La obra del Redentor se perpetúa por los siglos
“Ya no estoy en este mundo, pero ellos permanecen en el mundo, mientras Yo voy junto de Ti”.
III – Debemos glorificarlo en nosotros.
Al aproximarse la Solemnidad de Pentecostés, que será celebrada el domingo siguiente, pidamos al Espíritu Santo la compenetración de la seriedad de nuestros actos. Todo lo que nos sucede se proyecta más allá de los umbrales del tiempo, y por esto nuestra atención debe estar enfocada para la vida eterna.
Si desarrollamos esta vida, dando importancia a lo sobrenatural y uniéndonos cada vez más a Nuestro Señor, la gloria de Él se reflejará en nosotros, al modo de un rayo de Sol que incide sobre un simple pedazo de vidrio colorido, y lo torna espléndido y centellante como una piedra preciosa. Somos como trozos de vidrio, al borde de los caminos, sobre los cuales incidió el Sol de la Justicia, y es preciso transformarnos en vitrales, transmitiendo la belleza de esta Luz a todos los que tomen contacto con nosotros. De este modo glorificaremos a Dios y Él será glorificado en nosotros, tal como Cristo nos ordenó: “brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras y glorifiquen vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 5, 16).
Esto sólo será posible por medio de una fe ardorosa, capaz de mover montañas (cf. Mt 17, 20), a ejemplo de María Santísima, cuyo fervor abrevió los días para la salvación del mundo. Recordémonos: aquel que no tuvo principio y no tendrá fin, el Alfa y el Omega, Nuestro Señor Jesucristo, nos incluyó en su oración sacerdotal para beneficio nuestro y gloria de Él.
(Mons. João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Tomo I, Librería Editrice Vaticana).
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