Desde su inicio, las guerras parecen no tener fin y el terrorismo internacional
es una amenaza difícil de ser resuelta. Un problema más antiguo es el de la
creciente criminalidad, no sólo restringida a países como Brasil, sino que
abarca hasta los países desarrollados. En otra línea encontramos las
advertencias sobre el calentamiento global y otras materias relacionadas con la
degradación del medio ambiente.
Mucho más grave es la crisis
moral. Esta asume diferentes características, pero en el fundo es siempre la misma. La vemos reflejada, por ejemplo, en el comportamiento de una juventud sin valores, sin frenos y sin ideas; en el dominio de modas extravagantes y sin pudor; en la avalancha publicitaria de pornografía y de violencia; en la corrupción que pareciera tomar cuenta de la vida pública; en fin, en la adoración del peor de los ídolos modernos: el propio individuo, egoísta, relativista y vanidoso.
En la actualidad, ni la inocencia de la infancia es respetada, y la familia cristiana, base de nuestra civilización, parece destinada a desaparecer, o a quedar reducida a una expresión tan disminuida que equivale a su extinción...
La simple enumeración de los males de hoy iría muy lejos, pero lo descrito más arriba es suficiente para configurar la gravedad del presente momento. Y todo parece perdido, si es considerado bajo un prisma meramente humano, pero no si es mirado con los ojos de la fe.
Pero, nosotros que tenemos fe, creemos que todo puede ser salvado, si la humanidad se vuelve arrepentida para Dios y para Nuestra Señora. Fue justamente eso lo que la Santísima Virgen pidió, cuando se apareció en Fátima hace cien años. María no se dirigió sólo a la generación de inicios del siglo XX, sino sobre todo a las que vendrían después.
En medio de las aprensiones y tragedias de este tercer milenio, las palabras proféticas de la Madre de Dios se tornaron más claras, evidentes y reales. Parecen dichas para nuestros días, para cada uno de nosotros, y para ti también lector.
En todas las apariciones de Fátima, María insistió maternalmente en el mismo pedido: “Recen el Rosario todos los días para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra”. De este modo, la Virgen María indica a la humanidad el medio para alcanzar en el mundo una verdadera aurora de esperanza. Porque es en esa oración que encontraremos la PAZ.
¿Y no es PAZ lo que más necesitamos en los días hoy, en todos los lugares donde vivimos? ¡He aquí la solución para las desavenencias, intranquilidades y enemistades que tanto nos perturban: la recitación devota del ROSARIO!
Mucho más grave es la crisis
moral. Esta asume diferentes características, pero en el fundo es siempre la misma. La vemos reflejada, por ejemplo, en el comportamiento de una juventud sin valores, sin frenos y sin ideas; en el dominio de modas extravagantes y sin pudor; en la avalancha publicitaria de pornografía y de violencia; en la corrupción que pareciera tomar cuenta de la vida pública; en fin, en la adoración del peor de los ídolos modernos: el propio individuo, egoísta, relativista y vanidoso.
En la actualidad, ni la inocencia de la infancia es respetada, y la familia cristiana, base de nuestra civilización, parece destinada a desaparecer, o a quedar reducida a una expresión tan disminuida que equivale a su extinción...
La simple enumeración de los males de hoy iría muy lejos, pero lo descrito más arriba es suficiente para configurar la gravedad del presente momento. Y todo parece perdido, si es considerado bajo un prisma meramente humano, pero no si es mirado con los ojos de la fe.
Pero, nosotros que tenemos fe, creemos que todo puede ser salvado, si la humanidad se vuelve arrepentida para Dios y para Nuestra Señora. Fue justamente eso lo que la Santísima Virgen pidió, cuando se apareció en Fátima hace cien años. María no se dirigió sólo a la generación de inicios del siglo XX, sino sobre todo a las que vendrían después.
En medio de las aprensiones y tragedias de este tercer milenio, las palabras proféticas de la Madre de Dios se tornaron más claras, evidentes y reales. Parecen dichas para nuestros días, para cada uno de nosotros, y para ti también lector.
En todas las apariciones de Fátima, María insistió maternalmente en el mismo pedido: “Recen el Rosario todos los días para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra”. De este modo, la Virgen María indica a la humanidad el medio para alcanzar en el mundo una verdadera aurora de esperanza. Porque es en esa oración que encontraremos la PAZ.
¿Y no es PAZ lo que más necesitamos en los días hoy, en todos los lugares donde vivimos? ¡He aquí la solución para las desavenencias, intranquilidades y enemistades que tanto nos perturban: la recitación devota del ROSARIO!
(Extraído y traducido del portugués de .Boletim Informativo maio/junho 2017 –
Apostolado do Oratório- Arautos do Evangelho)
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