La lectura del Evangelio de este domingo (12 de febrero) nos reporta a uno de los problemas más graves
del mundo moderno: la terrible pérdida del senso moral que asola las almas de
nuestros contemporáneos.
En efecto, afirma
Benedicto XVI, “vivimos en un contexto cultural marcado por la mentalidad hedonista y relativista, que propende para eliminar a Dios del horizonte de la vida, no favorece a un cuadro claro de valores de referencia y no ayuda a discernir el bien del mal y a madurar un justo sentido del pecado”.
Compañero inseparable de la mentalidad descrita por el papa Benedicto XVI es un falso y deletéreo concepto de libertad, sintetizado por uno de los más famosos lemas de Mayo de 1968, ¡Es prohibido prohibir!, según el cual toda regla o precepto deben ser suprimidos.
Por lo tanto, hoy más que nunca, es preciso recordar que la Ley de Dios no es un castigo por el pecado de nuestros padres, pero sí un precioso medio de tornarnos más semejantes a Él. Pues, al contrario de lo afirmado por los revolucionarios de la Sorbona, son las faltas practicadas por el hombre –y no son los preceptos divinos- que afectan su libertad: “El pecador se hace esclavo del pecado” (Juan 8, 34).
En el Cielo, la Ley relucirá gloriosa para aquellos que la practicaron en esta vida, los bienaventurados; mientras se presentará como eterna censura a los que se rebelaron contra ella y fueron condenados al fuego eterno. De esta inexorable alternativa, nadie escapa: quien no está en la Ley de la misericordia divina, cae en la Ley de la justicia de Dios. No hay una tercera opción. Aprovechemos esta Liturgia del 6º Domingo del Tiempo Ordinario para analizar nuestra conciencia en búsqueda de alguna racionalización que nos esté llevando a concesiones morales, en nuestra vida profesional o particular. Que la Santísima Virgen María jamás permita desviarnos de las benditas sendas de la integridad de alma, ayudándonos a nunca dar consentimiento a ninguna relativización de la Ley de Dios.
(CLÁ DIAS EP, Monseñor João Scognamiglio
in “Lo inédito sobre los Evangelios” Tomo I, Librería Editrice Vaticana)En efecto, afirma
Benedicto XVI, “vivimos en un contexto cultural marcado por la mentalidad hedonista y relativista, que propende para eliminar a Dios del horizonte de la vida, no favorece a un cuadro claro de valores de referencia y no ayuda a discernir el bien del mal y a madurar un justo sentido del pecado”.
Compañero inseparable de la mentalidad descrita por el papa Benedicto XVI es un falso y deletéreo concepto de libertad, sintetizado por uno de los más famosos lemas de Mayo de 1968, ¡Es prohibido prohibir!, según el cual toda regla o precepto deben ser suprimidos.
Por lo tanto, hoy más que nunca, es preciso recordar que la Ley de Dios no es un castigo por el pecado de nuestros padres, pero sí un precioso medio de tornarnos más semejantes a Él. Pues, al contrario de lo afirmado por los revolucionarios de la Sorbona, son las faltas practicadas por el hombre –y no son los preceptos divinos- que afectan su libertad: “El pecador se hace esclavo del pecado” (Juan 8, 34).
En el Cielo, la Ley relucirá gloriosa para aquellos que la practicaron en esta vida, los bienaventurados; mientras se presentará como eterna censura a los que se rebelaron contra ella y fueron condenados al fuego eterno. De esta inexorable alternativa, nadie escapa: quien no está en la Ley de la misericordia divina, cae en la Ley de la justicia de Dios. No hay una tercera opción. Aprovechemos esta Liturgia del 6º Domingo del Tiempo Ordinario para analizar nuestra conciencia en búsqueda de alguna racionalización que nos esté llevando a concesiones morales, en nuestra vida profesional o particular. Que la Santísima Virgen María jamás permita desviarnos de las benditas sendas de la integridad de alma, ayudándonos a nunca dar consentimiento a ninguna relativización de la Ley de Dios.
Texto completo en Comentarios al Evangelio del 6º Domingo del Tiempo Ordinario
Se puede publicar citando la fuente y el autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario