Laicismo
es un invento liberal contrario a la naturaleza de los pueblos. La palabra
tiene un remoto origen etimológico griego y su significado se aproxima
curiosamente a "populismo y demagogia" (RAE). Fue impuesto a bayoneta
calada y chispazos de fusil durante la revolución francesa en el régimen del
terror, cuyo mentor Robespierre -el autodenominado "Incorruptible",
lo impulsó a golpes de guillotina sin calcular a tiempo que ella también se le
llevaría la cabeza un poco más tarde. ¡Y de qué horrorosa manera!
Es contrario a la naturaleza humana y nunca antes en ninguna civilización
anterior se había dado semejante experimento socio-político: gobernar sin
religión. ¿Dónde se había visto algo así? Ni los romanos tan pragmáticos y
aguerridos llegaron a concebir semejante idea. Los más brillantes de sus
oradores políticos sacrificaban pichones a sus dioses domésticos antes de una
intervención en el Senado. Lo mismo hacían sus mejores generales antes de un
combate. Hoy que está tan de moda admirar y respetar los supuestos valores
culturales de los pobres silvícolas amazónicos, se ha verificado también que en
su primitiva organización socio-política subsiste una carga religiosa chamánica
intensa que en cambio de tender a desaparecer aumenta y supera el instinto de
supervivencia. Y por eso precisamente es que sorprende cuando se ve que algunos
gobernantes "cristianos" -que apoyan furibundamente el laicismo del
Estado, terminan participando en misteriosas ceremonias aborígenes pidiendo la
unción de brujos y chamanes para el éxito de su gestión gubernamental. Del
propio presidente Reagan se decía que tenía su astrólogo de cabecera. Y del
asesino del Cristerito San Luis José Sánchez del Río, -el laico Presidente
Plutarco Elías Calles, se sabía que era espiritista. Paradójico que en eso haya
terminado el laicismo que tanto ha perseguido al Cristianismo, especialmente en
la América republicana desde el siglo XIX, modelo de secularización política
desde que se independizó de Europa.
Pero lo grave del asunto va más allá. Las nuevas generaciones tienden
irresistiblemente a lo mágico y esotérico. Gustan de lo misterioso y de lo
horrendo, producto de tanta acción criminal a la que asisten diariamente por
unos Medios que en aras de la libertad de expresión, más parecen solazarse en
lo asqueroso y brutal de este valle de lágrimas desde el Pecado Original. Del
mundo de los niños, ha desaparecido ya lo maravilloso y encantador para ser
sustituido por el de los dinosaurios y los monstruos más asquerosos que la
imaginación humana haya podido crear. ¿Cómo piensan gobernar a estas gentes los
políticos? ¿Con el mito de los extraterrestres, que entre otras cosas nos los
pintan horribles?
La naturaleza humana necesita lo espiritual como el oxígeno y siempre lo
buscará aunque sea en los antros más oscuros de la superstición y la
hechicería. ¿Lo sabían esto los mentores ideológicos del laicismo del siglo
XVIII?
No nos engañemos más: Cuando jefes de Estados latinoamericanos decide tomar
posesión de su cargo ante los chamanes de una comunidad indígena,
"ungirse" con sus rituales y posteriormente llevar adelante un plan
político con la participación de sacerdotes de santería, es obvio que están
sustituyendo el laicismo por creencias espiritistas, y esto paradójicamente
después de que sus radicales antecesores liberales persiguieron con odio la
religión católica durante el siglo XIX, bajo el farisaico argumento de que el
Estado debería ser laico y científico. Entonces, todo parece indicar que la
idea no pretendía de verdad un Estado aconfesional sino preparado para el
chamanismo, la brujería y otras supersticiones que la Iglesia había logrado
hacer superar con su sufrido y paciente apostolado de siglos completos y
misioneros mártires.
Por Antonio Borda www.gaudiumpress.com
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