[…] IV – Dios da, para cada época, los
remedios más adecuados
El mundo moderno necesita ser evangelizado, al igual que el antiguo. Pero, a veces, tal vez nos sentimos en desventaja en relación a las épocas pasadas, viendo el progreso avasallante del mal y la falta de operarios para anunciar la Buena Nueva.
¿Dónde están los nuevos apóstoles capaces de hacer milagros, como los de otrora, de expulsar los espíritus impuros y de predicar la penitencia, como ellos? Dios siempre da para los males de cada época,
los remedios más adecuados. Cuando Jesús convocó a los doce apóstoles, era más conveniente, para el bien de las almas, que ellos realizaran prodigios portentosos con el fin de probar la veracidad de la doctrina admirable que anunciaban.
¿Y hoy? ¿Qué milagros precisa hacer quién se dedica al apostolado, para mover las almas a la conversión? En nuestra época tan secularizada, tal vez los milagros no produzcan el efecto que tuvieron en los tiempos apostólicos. Por eso, el “milagro” que los auténticos evangelizadores deban hacer es el de anunciar a Jesús mediante el testimonio de un vida santa; por lo tanto practicando la virtud, aspirando a la santidad y despreciando las solicitudes y los ilusorios encantos del mundo. Este sí, es el milagro capaz de sorprender a nuestro mundo secularizado, pues la práctica estable de los Diez Mandamientos no es posible solo con las fuerzas naturales de la voluntad humana, como nos enseña el Magisterio Eclesiástico. Es necesario que la gracia santificante divinice al hombre y lo haga obrar y vivir en búsqueda de la perfección.
Es ese el portentoso milagro que podrá sacudir la incredulidad o el indiferentismo de nuestros contemporáneos, como tantas veces nos recordaron los últimos Papas, y ya enseñaba el Concilio Vaticano II, refiriéndose al apostolado laical: “Los laicos se tornaron valiosos heraldos de la fe en aquellas realidades que esperamos (cf. Hebreos 11, 1) se agruparon sin titubear, a una vida de fe, la profesión de la misma fe. Este modo de evangelizar, proclamando el mensaje de Cristo con el testimonio de la vida y con la palabra, adquiere un cierto carácter específico y una particular eficacia por realizarse en las condiciones comunes de la vida en el mundo”. [14]
Sigamos las sapienciales recomendaciones del Concilio Vaticano II, siendo
auténticos heraldos de la Buena Nueva, como lo fueron los evangelizadores de
los primeros tiempos de la Iglesia, sobre todo, con la “predicación” de una
vida intachable y santa, según los preceptos admirables del Evangelio. Sólo así
una Nueva Evangelización conseguirá vencer la ola de secularismo que invade la
sociedad actual.
[14] Lumen Gentium, n. 35.
(Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios”, Volumen II Librería Editrice Vaticana)
*Fundador de los Heraldos del Evangelio
Texto completo: Comentários ao Evangelho –XV Domingo do Tempo Comum -Ano B- por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP
El mundo moderno necesita ser evangelizado, al igual que el antiguo. Pero, a veces, tal vez nos sentimos en desventaja en relación a las épocas pasadas, viendo el progreso avasallante del mal y la falta de operarios para anunciar la Buena Nueva.
¿Dónde están los nuevos apóstoles capaces de hacer milagros, como los de otrora, de expulsar los espíritus impuros y de predicar la penitencia, como ellos? Dios siempre da para los males de cada época,
los remedios más adecuados. Cuando Jesús convocó a los doce apóstoles, era más conveniente, para el bien de las almas, que ellos realizaran prodigios portentosos con el fin de probar la veracidad de la doctrina admirable que anunciaban.
¿Y hoy? ¿Qué milagros precisa hacer quién se dedica al apostolado, para mover las almas a la conversión? En nuestra época tan secularizada, tal vez los milagros no produzcan el efecto que tuvieron en los tiempos apostólicos. Por eso, el “milagro” que los auténticos evangelizadores deban hacer es el de anunciar a Jesús mediante el testimonio de un vida santa; por lo tanto practicando la virtud, aspirando a la santidad y despreciando las solicitudes y los ilusorios encantos del mundo. Este sí, es el milagro capaz de sorprender a nuestro mundo secularizado, pues la práctica estable de los Diez Mandamientos no es posible solo con las fuerzas naturales de la voluntad humana, como nos enseña el Magisterio Eclesiástico. Es necesario que la gracia santificante divinice al hombre y lo haga obrar y vivir en búsqueda de la perfección.
Es ese el portentoso milagro que podrá sacudir la incredulidad o el indiferentismo de nuestros contemporáneos, como tantas veces nos recordaron los últimos Papas, y ya enseñaba el Concilio Vaticano II, refiriéndose al apostolado laical: “Los laicos se tornaron valiosos heraldos de la fe en aquellas realidades que esperamos (cf. Hebreos 11, 1) se agruparon sin titubear, a una vida de fe, la profesión de la misma fe. Este modo de evangelizar, proclamando el mensaje de Cristo con el testimonio de la vida y con la palabra, adquiere un cierto carácter específico y una particular eficacia por realizarse en las condiciones comunes de la vida en el mundo”. [14]
Monseñor Joao S. Clá Dias, EP |
[14] Lumen Gentium, n. 35.
(Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios”, Volumen II Librería Editrice Vaticana)
*Fundador de los Heraldos del Evangelio