Padre Fernando Gioia O., EP |
Especial situación y no menor preocupación fue para el cardenal Jozef Tomko que sería, en su momento, quien las impondría al papa san Juan Pablo II. Eran dos frases, una u otra, difíciles de decir, reconocía el purpurado en entrevista al L’Osservatore Romano (6-2- 2008).
La primera frase, aludía este prelado que era el Papa quien se la tendría que decir a él y a todos los demás: “¿cómo puedo recordárselo yo al Papa?”. Más difícil era pronunciar la segunda, pues ya estaba Juan Pablo II en edad avanzada y “era como recordarle de nuevo lo que él no sólo sabía, sino que lo sentía en su cuerpo”. Ante difícil elección, optaría por una fórmula que sabía no era suya, “sino las palabras de Dios ante las que todos debemos inclinar la cabeza”. Las cenizas nos recuerdan nuestra fragilidad, el pecado, el fin del hombre, la muerte. Bien concluía el citado cardenal que riqueza, gloria, poder, títulos, dignidades, “de nada sirven”.
Historia es hoy el acontecimiento narrado que nos introduce en el camino de la llamada Cuaresma, tiempo de combate espiritual, en que rechazando el mundo secularizado, nos invita a “escuchar la Palabra de verdad; vivir, hablar y hacer la verdad; evitar la mentira, que envenena a la humanidad y es la puerta de todos los males” (Benedicto XVI, 1-3- 2006).
Las cenizas, que son bendecidas por el sacerdote, tienen su origen en las palmas del Domingo de Ramos del año anterior, que fueron quemadas. Aproximándose en filas los fieles, el ministro de Dios las coloca en su frente en forma de cruz. Permanecen así, el resto del día, los católicos del mundo entero con la marca de la cruz de Cristo en sus frentes, proclamando su fe con ufanía, ante el mundo descreído que muchas veces nos rodea.
Recordando de forma expresiva nuestra fragilidad y lo pasajero de los bienes de este mundo, este ceremonial, señal de luto y de dolor, nos compenetra de cómo debemos humillarnos y hacer penitencia. Las palmas que honraron a Nuestro Señor entrando en Jerusalén transformadas en ceniza, recuerdan en cierta forma lo ocurrido pocos días después, en que comenzaría su Pasión, Muerte y Resurrección.
Las palabras del sacerdote recuerdan la necesidad de caminar rumbo a una conversión auténtica y profunda: “conviértete y cree en el Evangelio”. La segunda fórmula: “recuerda que eres polvo y al polvo volverás”, evoca lo efímero de nuestra naturaleza; queramos o no queramos, seremos transformados en polvo. Algunos sacerdotes pronuncian una a uno y otra al siguiente, y así sucesivamente, como que dejando en la mano del propio Dios, las palabras que recibirá el fiel al aproximarse. Toda la Liturgia de ese día será para elevar nuestras vistas a la eternidad.
Gran profundidad tiene el simple rito de la imposición de las cenizas señalando el inicio de este itinerario. Signo de verdadera penitencia, del deseo de una profunda “metanoia” espiritual, es decir de un cambio de mentalidad que transforma y renueva al hombre. Camino que se inicia el Miércoles de Ceniza, concluyendo en la mañana del Jueves Santo después de 40 días, de dónde proviene el título de Cuaresma.
Este recorrido tiene una pedagogía divina, indicando lo que debemos practicar con más intensidad en este tiempo. Tres obras de piedad: el ayuno, la limosna y la oración.
Ayunar, abstenernos de comida, no es la única forma de privación que podremos practicar. Lo principal, decía Benedicto XVI, será “abstenernos del mal y de vivir el Evangelio. No ayuna de verdad quien no sabe nutrirse de la Palabra de Dios” (9-3-2011). De muchas formas lo podremos practicar: será renunciar al amor propio, a las faltas de paciencia, a las actitudes violentas con relación al prójimo, a la mentira, al consumismo que nos invade, al hedonismo, a toda clase de maldad. “Sed bondadosos y compasivos unos con los otros”, dice San Pablo a los Efesios (4, 29-32).
Cuanto a la limosna, deberá estar marcada por la prodigalidad hacia las necesidades de nuestro prójimo, especialmente de los que sufren. Mucho nos impactamos con la pobreza material en nuestros días, poco comprendemos que hay una pobreza mucho más dolorosa, la “pobreza espiritual”.
“Dos alas”, decía San Agustín, permiten a la oración tener mayor determinación y llegar a Dios: el ayuno y la limosna.
Es la tercera invitación que nos hace la Santa Iglesia en este tiempo, que tengamos una oración más fiel, que surja de nuestro interior, de nuestro corazón, que no sea apenas de los labios: “no todo el que dice ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7, 21): orar, meditar, vivir la Palabra de Dios.
El tiempo cuaresmal invita a que cada familia, cada comunidad, valorando este itinerario, aparten de sí todo lo que aleje de las cosas espirituales. Que se alimenten de la oración en familia, de la lectura de la Palabra de Dios, se acerquen al Sacramento de la Reconciliación, participen de la Eucaristía Dominical, y siempre que puedan de la semanal.
Todo esto nos hará caminar rumbo a una conversión, que no debe ser apenas por estos cuarenta días, ni voluble o superficial, sino profunda. Que produzca cambios de actitud, tan necesarios en el mundo de hoy rumbo al orden y la paz no sólo en la familia sino, y especialmente, en la sociedad. Que tengamos, por lo tanto, un sincero y profundo propósito de arrepentimiento y cambio de vida.
Es lo que les deseo a todos y cada uno, para que las Santas Pascuas de Resurrección sean un camino nuevo, habiendo recorrido el cuaresmal, hacia la auténtica felicidad, es decir hacia la santidad de vida.
Fuente: www.reflexionando.org
(El Padre Fernando Gioia, EP pertenece a la rama sacerdotal de Heraldos del Evangelio)