Nos
encontramos en una situación dominada completamente por el caos. No hay un solo
aspecto de la vida política internacional contemporánea en la cual no se note
la confusión.
No es un momento para estar rememorando junto a la cuna del Niño Jesús tantas
actitudes mal hechas, mal pensadas, mal planeadas, porque no las presidió el
Espíritu de Nuestro Señor Jesucristo.
El secreto de la adecuada organización de todas las cosas en la vida terrena,
se encuentra en la canción que los ángeles entonaron en la noche de Navidad
para los pastores maravillados: “Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos y
paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad.”
Cuando todos los hombres reconocen la majestad, la omnipotencia, la santidad,
en fin, el culmen de todas las perfecciones que hay en Dios en lo más alto de
los Cielos, y por eso lo glorifican, nacen entonces en el corazón de los
hombres las buenas disposiciones de espíritu por las cuales se vuelven hombres
de buena voluntad.
Si nos acordamos de que esa noche de Navidad es una noche de misericordia y de
bondad, de perdón y de esperanza, que próxima a la cuna del Niño Jesús está
Nuestra Señora – cuya oración junto a su Divino Hijo es omnipotente – y que
Ella tiene un corazón de Madre que ama a cada uno de los hombres más de lo que
todas las madres del mundo amarían a su hijo único, y que, por lo tanto, Ella
está dispuesta a obtenernos del Divino Infante el perdón de nuestras faltas, la
enmienda de nuestros errores y defectos, y el propósito firme de seguir en todo
la Ley de Dios, si tomamos eso en consideración, comprenderemos que, por más
fuerte que sea el mal, todas las puertas de la esperanza están abiertas para
nosotros, desde que nos volvamos hacia el Niño Jesús nacido en Belén.
Quiero atraer la atención de todos hacia esa esperanza consoladora.
Deseo que, cuando las campanas toquen la media noche anunciando que la Navidad
llegó, las personas se estén dirigiendo tranquilamente a asistir al Santo
Sacrificio de la Misa, y las familias vayan en grupos a rezar a los pies del
Santo Pesebre, todos recuerden esa gran esperanza y, dejando de lado las
aflicciones de la hora presente, comprendan lo que dice el Apóstol: “Jesucristo
es el mismo ayer, hoy y siempre.” (Heb 13, 8). 1
1) Fragmentos del mensaje de Navidad grabado por el Dr. Plinio Corrêa de
Oliveira el 18.11.1992.
(Editorial de la Revista Dr. Plinio, No. 225, diciembre de 2015, p. 4, Editora
Retornarei Ltda., São Paulo).