El tiempo litúrgico del Adviento nos lleva a participar, de cierta forma, de los anhelos de todos aquellos que en el Antiguo Testamento aguardaron con fidelidad la venida del Mesías, y a vivir el clima de grandiosa expectativa alentado por el Precursor.
La necesidad de “conversión incesante”
Transcurrieron dos mil años de ese acontecimiento histórico [el nacimiento de Jesús], todavía para Dios no hay ayer ni mañana, y sí apenas un eterno “hoy”. Como de los israelitas cautivos en Babilonia, o de los judíos de la época de Jesús, Él espera de nosotros la conversión.
Deseando que nadie se pierda, el Creador usa su paciencia para con nosotros mientras espera encontrarnos “en una vida pura y sin mancha y en paz” (II Pd 3, 14), como afirma San Pedro en la segunda lectura de hoy. Para esto, Dios nos invita, se podría decir, a cada hora, cada minuto, cada segundo, a enmendarnos de nuestros desvíos e imperfecciones.
La primera conversión debe seguirse de una conversión incesante. No basta decir: “¡Soy cristiano. Ya me convertí!” O como el joven rico del Evangelio: “todo esto lo he observado desde pequeño” (Mc 10, 20). O tal vez: “Me confesé y pasé del estado de pecado mortal al estado de gracia”. Es preciso que a cada día crezca nuestro amor.
Por lo tanto, por mucho que alguien progrese en las vías de la virtud, siempre habrá puntos en los cuales es posible mejorar. Nuestro Señor Jesucristo nos invita a estar con los ojos continuamente puestos en el plus ultra, en el “duc in altum” (Lc 5, 4), o sea, osando siempre lanzar las redes más lejos, con el corazón desbordante de grandes deseos para la mayor gloria de Dios.
Solución al alcance de cualquiera de nosotros
Analizando las cosas por este prisma, cabe preguntar: ¿no tendremos algo concreto en entregar a Jesús antes de conmemorar una vez más, su nacimiento en la Gruta de Belén? Tal vez la ruptura con una amistad inconveniente o peligrosa, por cuya causa nos apartamos de Él, o quizá la renuncia al desmedido apego a determinado bien, o alguna situación, que con frecuencia termina llevándonos al pecado. La Liturgia de hoy nos inspira a deponer a los pies de la Virgen Madre cualquier defecto capaz de impedirnos de recibir con ardiente devoción al Niño Dios.
¿No tenemos obligación de, en este Adviento, en esforzarnos para acondicionar del mejor modo posible la “gruta de nuestra alma”, a fin de que Jesús no encuentre en ella un ambiente más frío e inhóspito que el de la Gruta de Belén?
Monseñor João S. Clá Dias, EP |
(Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana).Fuente: Arautos do Evangelho – Portugal