San Juan Bautista |
De modo bien diferente a la incondicional alegría que la venida del Redentor debería traer, he aquí la correlación entre júbilo y tristeza, euforia y probación, evocada por el Evangelio de este 3º Domingo de Adviento. Mientras los
buenos son asistidos por la alegría de la esperanza, como le sucedió a San Juan Bautista y a los que se convirtieron ante la perspectiva de la venida del Mesías, en los malos hay tristeza e insatisfacción. Le cabe al bueno saber interpretar la frustración de quien vive en el pecado, y no pensar que él tiene suceso.
Cuando, en la segunda lectura (I Tes 5, 16-24), San Pablo exhorta “¡Estén siempre alegres!” desea mostrar que quien se une a Dios, practica la virtud y recorre el buen camino, no puede dejarse tomar por la mala tristeza.
El Domingo de la Alegría nos revela una división clarísima que caracteriza la humanidad: los buenos están siempre alegres y los malos, por más que buscan aparentar alegría, viven en la tristeza. Aquellos que están ligados a Dios tienen el contentamiento, la seguridad y la felicidad, que carecen quienes se apegan a las cosas materiales y le dan sus espaldas. Ambos viven juntos, pero en el momento en que el hombre que puso su esperanza en el mundo y en el pecado ve la alegría verdadera manifestada por el bueno, o se convierte o quiere matarlo, tal como hicieron con Nuestro Señor Jesucristo.
¡Pidamos, en esta Liturgia, la gracia de vivir en la alegría de la virtud, como señal de nuestra entera adhesión al Salvador que llegará en breve para la Navidad!
(Mons. João S. Clá Dias, EP in "Lo inédito sobre los Evangelios" Volumen I, Librería Editrice Vaticana).
Fuente: Arautos do Evangelho - Portugal