[…] Amor desinteresado a la Jerarquía
En la Sagrada Familia, el ejemplo de San José, de Nuestra Señora y de Nuestro Señor Jesucristo nos lleva a comprender mejor la jerarquía en su forma más pura, más clara, más perfecta, en la que no hay egoísmo ni pretensiones.
En esta Familia existe puro amor de Dios. En ella existe el puro amor de Dios que genera amor a las múltiples jerarquías sin preocupación de ser demasiado, de hacer o poder mucho. La jerarquía aquí es amada. Y es amada por amor de Dios.
Las almas que tienen el verdadero sentido de la jerarquía aman de este modo a sus superiores.
La palabra “majestad”, tiene para ellos un significado, un misterio, una “luz”, un brillo especial que hace respetables y venerables a los reyes, emperadores y superiores en general, incluso cuando éstos, por sus defectos personales, no merecen los homenajes que les son prestados por ser lo que son.
Pero si, para aquello a lo que fueron llamados corresponden en algo, ese algo - por pequeño que sea - es como el aroma de una flor única de la cual se toma una gota, cuyo perfume produce sobre el hombre recto un efecto semejante al que la santidad mayor produce sobre la santidad menor.
Y esto tiene cierta analogía con lo que ocurría en la Sagrada Familia, entre las tres personas indescriptiblemente sublimes – una de ellas divina – que la componían.
He aquí algunas reflexiones sobre lo maravilloso y admirable que las verdaderas jerarquías – como aquella que existió, en un grado arquetípico, en la Sagrada Familia - pueden y deben suscitar en las almas rectas y auténticamente católicas.
Una vida de apariencia normal
No se piense que en la Sagrada Familia todo era absolutamente místico, sobrenatural y lleno de consolación.
Del Niño Jesús no puede decirse que vivía de fe, porque su alma estaba en la visión beatífica; sin embargo, quiso que su cuerpo tuviera el desarrollo normal de un ser humano. Así, por ejemplo, no nació hablando, aunque pudiera hacerlo en todas las lenguas del mundo.
La Virgen y San José llevaban también una vida de apariencia completamente común y, como todos los hombres, sufrieron desconciertos y angustias. Prueba de ello es el Evangelio de este domingo: “Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando".
Monseñor Joao Clá Dias, EP |
Texto completo: La santidad, la nobleza y la jerarquía en la Sagrada Familia