(domingo 25 de junio)
[...] ¡Mañana todo se sabrá!
Harto conclusivas son estas dos promesas de Nuestro Señor de cara a la
gloria futura o al castigo. Realmente vale la pena sufrir como san Pablo: “En
peligro de muerte, muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos cuarenta
azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres
veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo del mar” (2 Cor 11, 24-25).
El apóstol describe muchos otros riesgos y tragedias en esa epístola; y más
adelante relata que él “fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que
no es dado al hombre pronunciar” (2 Cor, 12,4).
III – CONCLUSIÓN
En ese panorama futuro y eterno debe fijarse nuestra mirada, y no en las
delicias fatuas y pasajeras de esta vida, aun cuando sean legítimas. Del pecado
ni hablar, porque tendrá como consecuencia inmediata la frustración, y el fuego
del infierno después de la muerte.
Los dolores, las angustias y tragedias que atravesamos en nuestra existencia
terrenal no son nada comparadas al premio de los justos, como garantiza san
Pablo: “Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son
comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Rm 8,18). Nos
queda recordar el indispensable papel de María en nuestra salvación. Pues, así
como Jesús vino a nosotros por María, también por medio de ella obtendremos las
gracias necesarias para ser otros Cristos y alcanzar la vida eterna.
(Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” tomo
I. Librería Editrice Vaticana).
Texto
completo en: COMENTARIO AL EVANGELIO - XII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO (domingo 25 de junio)
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