Por Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP
[...] El sagrario más excelso
Es posible que, al llegar a este punto de la lectura, sintamos que la
conciencia nos acusa. Volvámonos entonces hacia la Santísima Virgen, en cuyo
claustro virginal —el más perfecto de los sagrarios— el Niño Jesús vivió
durante nueve meses.
No es difícil imaginar su estado de espíritu en ese período de gestación. Por
más que estuviese ocupada con sus labores cotidianas o conversando con otras
personas, todo su ser se concentraba en el divino Huésped que llevaba dentro de
sí.
¡He aquí el verdadero recogimiento! Todos sus pensamientos, sentimientos y
emociones convergían en Jesús, y, fuertemente apasionada por Él, lo adoraba en
cuanto Dios y lo amaba en cuanto hijo suyo. Fue la única madre que pudo amar a
su hijo con total intensidad sin el menor recelo de amarlo más que a Dios...
¡porque era el propio Dios! Abismada en su humildad y en el completo olvido de
sí misma, se consideraba como “Aquella que no es”, y reverenciaba continuamente
a “Aquel que es”, en su seno purísimo. Magnífico espectáculo de modestia y
excelsitud inconcebibles. Un corazón materno hecho de magnanimidad, del que
suben y bajan movimientos grandiosos, semejantes a las olas del mar o al sonido
de melodías celestiales... Unas veces se eleva en un arrebato por el ser Infinito,
otras se inclina lleno de ternura sobre el pequeño Infante.
También yo, cuando comulgo, acojo en mi interior al Verbo Encarnado con su
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y allí permanece como en un trono, durante
cierto tiempo. Con los ojos fijos en el ejemplo marial de compenetración y
gratitud a Dios, me golpearé el pecho implorando perdón a Jesús por todas mis
comuniones gélidas y, dirigiéndome a la Santísima Virgen, le pediré: “Oh María,
que identificabas tu pensamiento con el del Señor; que armonizabas tu vida con
la suya; ¿qué piensas, Madre mía, de mi indiferencia para con Aquel que, siendo
mi Creador y Redentor, me has dado por hermano? Oh Madre mía, tú que amas tanto
a Jesús, haz que yo lo ame. Tú que lo puedes todo ante el Señor, obtenme que Él
se apodere de mi corazón. ¡Amarlo es todo! ¡Adorarlo es todo! Si lo amo como
debo, a ejemplo tuyo, la Eucaristía será el centro de mi existencia, el lugar
sagrado de mi felicidad, la fuente de mi generosidad. Oh Madre mía, que esa sea
tu obra en mi alma”
(Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios”
Tomo I, Librería Editrice Vaticana).
Artículo
completo en: COMENTARIO AL EVANGELIO - CORPUS CHRISTI
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