por Mons.
Pablo Galimberti (Obispo de Salto)
Nuestra Constitución establece que “el estado no sostiene religión alguna” (Art. 5). El texto es claro. Pero requiere una cabeza abierta en su aplicación. Por ej. si un templo (de la iglesia que sea) es declarado patrimonio histórico por obras de arte en su interior, seguramente podría recibir alguna ayuda para su restauración cuando se requiera. El ministerio de turismo podría incluirla en una ruta turística. Abundan ejemplos. Señal de que la sola letra de la ley es insuficiente. En el ejemplo que pongo, la ayuda del estado no es con un fin formalmente religioso.
Una religión, hablo como católico, se “encarna” y se hace parte del tejido social e histórico de
una comunidad. Puede abrir un centro de enseñanza que involucra alumnos y sus familias. Construye una ermita en la cumbre de un cerro. Venera a la Virgen de los Treinta y Tres en Florida, donde los patriotas juraron liberar la patria. Sale en procesión en la fiesta de un santo, caso de San Cono en Florida. Todo esto tiene impacto público. Requiere interactuar con Intendencias, etc.
La escueta letra de la ley resulta insuficiente para abarcar la diversidad de situaciones: una fe o sentimiento se exteriorizan y ritualizan y el pueblo festeja con cantos, danzas o peregrinaciones. El “culto” a Dios se asume los colores, ritmos y lenguaje de cada lugar, haciéndose parte viva de la “cultura”.
Una laicidad rígida ha producido un engañoso “silencio” frente al fenómeno religioso de los uruguayos. El ex presidente Jorge Batlle lo pintó de modo caricaturesco. Como si por ser unos de Nacional, otros de Peñarol, Defensor, etc. se resolviera: de fútbol no se habla, “no existe”. Absurdo. Si no me gusta un deporte, una religión o un tipo de manifestación artística, por ej. el teatro, ¿sería razonable ignorarlo, desconociendo que existen grupos, escuelas y muchos entusiastas?
Esta ha sido, muchas veces, el comportamiento de autocensura de los uruguayos. En una ocasión el canal oficial presentaba la navidad cristiana en el mundo. Al finalizar, la periodista dijo: de nuestro país, como somos un país laico, no vamos a decir nada!
Un obispo uruguayo ya fallecido definía esta “laicidad a la uruguaya” como “ignorancia religiosa obligatoria”. Lo confirmo con una anécdota ocurrida en el templo del Cerrito de la Victoria en Montevideo. El párroco vio llegar al templo a un grupo de escolares con su maestra. Visitaban algunos edificios importantes del barrio. El sacerdote saludó y se ofreció a la maestra guía de un templo declarado monumento del paisaje montevideano por la Sociedad de Arquitectos del Uruguay. La respuesta fue: ¡no, gracias, somos de la escuela laica! Conclusión: laicidad a la uruguaya igual a ¡ignorancia!
Francia, tan influyente en nuestra cultura, ha evolucionado con respecto a la laicidad. En el 2001 el ministro de educación nacional Jack Lang solicitó ayuda a Régis Debray. Le decía: “Me parece necesario replantear el lugar dado a la enseñanza del hecho religioso, en el marco laico y republicano”. Le confiaba a Debray esta colaboración, ya que este acababa de publicar el libro “Dios, un itinerario”. “Usted podrá solicitar el apoyo de la inspección general de la Educación nacional, particularmente los grupos de historia, geografía, filosofía, letras, arte… Igualmente podrá tomar contacto con las autoridades religiosas competentes”.
¿No habrá llegado el momento de revisar en nuestro país, qué laicidad necesitamos?
Fuente: www.iglesiacatolica.org.uy
Publicada por Diario Cambio, de Salto. Viernes 28 de abril de 2017.
Nuestra Constitución establece que “el estado no sostiene religión alguna” (Art. 5). El texto es claro. Pero requiere una cabeza abierta en su aplicación. Por ej. si un templo (de la iglesia que sea) es declarado patrimonio histórico por obras de arte en su interior, seguramente podría recibir alguna ayuda para su restauración cuando se requiera. El ministerio de turismo podría incluirla en una ruta turística. Abundan ejemplos. Señal de que la sola letra de la ley es insuficiente. En el ejemplo que pongo, la ayuda del estado no es con un fin formalmente religioso.
Una religión, hablo como católico, se “encarna” y se hace parte del tejido social e histórico de
una comunidad. Puede abrir un centro de enseñanza que involucra alumnos y sus familias. Construye una ermita en la cumbre de un cerro. Venera a la Virgen de los Treinta y Tres en Florida, donde los patriotas juraron liberar la patria. Sale en procesión en la fiesta de un santo, caso de San Cono en Florida. Todo esto tiene impacto público. Requiere interactuar con Intendencias, etc.
La escueta letra de la ley resulta insuficiente para abarcar la diversidad de situaciones: una fe o sentimiento se exteriorizan y ritualizan y el pueblo festeja con cantos, danzas o peregrinaciones. El “culto” a Dios se asume los colores, ritmos y lenguaje de cada lugar, haciéndose parte viva de la “cultura”.
Una laicidad rígida ha producido un engañoso “silencio” frente al fenómeno religioso de los uruguayos. El ex presidente Jorge Batlle lo pintó de modo caricaturesco. Como si por ser unos de Nacional, otros de Peñarol, Defensor, etc. se resolviera: de fútbol no se habla, “no existe”. Absurdo. Si no me gusta un deporte, una religión o un tipo de manifestación artística, por ej. el teatro, ¿sería razonable ignorarlo, desconociendo que existen grupos, escuelas y muchos entusiastas?
Esta ha sido, muchas veces, el comportamiento de autocensura de los uruguayos. En una ocasión el canal oficial presentaba la navidad cristiana en el mundo. Al finalizar, la periodista dijo: de nuestro país, como somos un país laico, no vamos a decir nada!
Un obispo uruguayo ya fallecido definía esta “laicidad a la uruguaya” como “ignorancia religiosa obligatoria”. Lo confirmo con una anécdota ocurrida en el templo del Cerrito de la Victoria en Montevideo. El párroco vio llegar al templo a un grupo de escolares con su maestra. Visitaban algunos edificios importantes del barrio. El sacerdote saludó y se ofreció a la maestra guía de un templo declarado monumento del paisaje montevideano por la Sociedad de Arquitectos del Uruguay. La respuesta fue: ¡no, gracias, somos de la escuela laica! Conclusión: laicidad a la uruguaya igual a ¡ignorancia!
Francia, tan influyente en nuestra cultura, ha evolucionado con respecto a la laicidad. En el 2001 el ministro de educación nacional Jack Lang solicitó ayuda a Régis Debray. Le decía: “Me parece necesario replantear el lugar dado a la enseñanza del hecho religioso, en el marco laico y republicano”. Le confiaba a Debray esta colaboración, ya que este acababa de publicar el libro “Dios, un itinerario”. “Usted podrá solicitar el apoyo de la inspección general de la Educación nacional, particularmente los grupos de historia, geografía, filosofía, letras, arte… Igualmente podrá tomar contacto con las autoridades religiosas competentes”.
¿No habrá llegado el momento de revisar en nuestro país, qué laicidad necesitamos?
Fuente: www.iglesiacatolica.org.uy
Publicada por Diario Cambio, de Salto. Viernes 28 de abril de 2017.
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