La curación de un paralítico junto a la piscina de Bezatá (Juan cap. 5) tiene
un detalle curioso. Jesús dijo al enfermo: “toma tu camilla”. La había cargado
38 años, ¿para qué le sirve? Los referentes religiosos le dicen que es un
trabajo prohibido en sábado. La camilla trae conflicto: para Jesús invita al
agradecimiento. Los legalistas tragan bilis, desvían el foco y dicen:
¡transgresión! La represión se disfraza.
El hombre sanado se aferra tenazmente al hecho: el que me curó me mandó esto.
Diciéndole “carga tu camilla” lo invita a no olvidar que estaba realmente
paralizado.
Antonio Machado refiere
los vaivenes interiores entre dormir y despertar:
“Anoche soñé que oía a Dios, gritándome: ¡Alerta! Luego era Dios quien dormía,
y yo gritaba: ¡Despierta!”
“No te olvidés del pago si te vas…”, canta Zitarrosa. En la penumbra de esos
años no faltaron manos amigas que lo socorrieron. Un corazón agradecido no
olvida los gestos cotidianos que nos cuidan. Desde que empezamos a existir en
el seno materno…
Benditos rostros que habitan nuestra memoria. No salimos adelante solos.
Cuántas personas nos atienden procurando alimentación, lavando la ropa,
limpiando la casa.
Esos rostros se nos presentan, a veces, inesperadamente. Verdaderos salvavidas
cuando naufragamos. El calendario de la iglesia católica recuerda a santos y
santas que vivieron con fe vigorosa y heroica. Un día recordamos al que murió
martirizado en una parrilla, como San Lorenzo. Otro día a una mujer valiente
como Edith Stein, que murió en la cámara de gas de un campo de concentración.
El agradecimiento se ensancha hacia mucha gente con quienes convivimos. Su
paciencia nos ayuda a llevar una cuota de nuestra propia “camilla”, que son
nuestros cansancios, broncas, soledades, frustraciones, achaques, enfermedades,
duelos. O se suman para un brindis o aniversario.
Esa “camilla” queda grabada en la memoria del que viaja, cambia de país o crece
y envejece en el mismo lugar. Es positivo tejer esos hilos de memoria
enriquecidos en reuniones, brindis o mateadas familiares. Aun en medio de
miserias humanas que nunca faltan, hasta en las mejores familias.
Emociona escuchar al Sabalero: “Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos”.
Pasado y presente se entrelazan dando gusto a la vida. Aquellas páginas vivas
destilan alegrías y sueños de correr detrás de una pelota de trapo. Faltaba
dinero para comprar una pelota pero sobraba ingenio y ganas de aventuras.
Al asumir su segunda presidencia Tabaré Vázquez llegó a casa de gobierno en un
Fordson 1951, vehículo que lo acompañó en sus primeras giras como médico.
Símbolo de un ayer de trabajo y superación, con ayuda de otros.
“Me hice solo”, “no le debo nada a nadie”…. Suena a una especie de
“ombliguismo”, incapaz de agradecer.
La memoria puede traicionar. Por ahí se oye: andaba mal, pero un día me dieron
una receta y empecé a tomar unos yuyos. Otro dirá: me hablaron del reiki, etc.
La “camilla del paralítico” recuerda la palabra soberana y sanadora de Jesús,
Señor de la vida plena, que opera mediante su Soplo Sanador, su Palabra y sus
testigos. No salimos solos de desgracias, enfermedades, crisis, culpabilidades,
bajones o pérdidas.
Identifiquemos cuál puede ser nuestra “camilla”. ¿Estará en el altillo o
sótano? Me recordará que estaba preso pero una mirada y palabra sanadora se
detuvo a mi lado.
Recuperemos la buena memoria: ¡Dios me visitó!
Fuente: www.iglesiacatolica.org.uy
Mons. Pablo Galimberti es obsipo de Salto.
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