En este sentido, la hemorroísa, que "empeoraba cada vez más", es imagen de aquel que, privado del flujo vital de la gracia y de la energía sobrenatural, después de cometer una falta grave, va detrás de falsos remedios y busca la felicidad donde no está, uniéndose a malas amistades y optando por ciertas convivencias que lo desvían del buen camino. Y cuanto más esfuerzos emprende para satisfacer sus anhelos, tanto más se agota y se aleja de aquello que engañosamente busca; el brillo de la inteligencia y la fuerza de voluntad disminuyen; el dinamismo del alma se desvanece. Perdidas las virtudes y los dones, por el pecado, le resta sólo un
resquicio de esperanza y un "tendón" de fe. A medida que reinicia en nuevas transgresiones, también éstos van poco a poco apagándose.
Para evitar que esto suceda es indispensable que, si caemos, nos arrepintamos y digamos suplicantes: "Señor, yo merezco todos los castigos y, quizá, el infierno. Pero pido perdón de mis crímenes con ardorosa fe en vuestro poder”.
Tengamos confianza de que Jesús siempre está dispuesto a sanarnos, no sólo de los males físicos, sino, sobre todo, de los morales, restaurándonos en el alma la inocencia, como restituyó la salud a la hemorroísa. A tal punto se preocupa por revigorizar el alma, de preferencia al cuerpo, que Él no legó a la Iglesia algo al estilo de un cajero automático para sanar enfermedades, en que los enfermos se arrodillan y salen restablecidos. Instituyó, esto sí, el Sacramento de la Penitencia, con el cual no contaron los eminentes varones del Antiguo Testamento. En aquel entonces, nadie podía recurrir a un sacerdote para acusarse de sus faltas y ser absuelto, con la certeza de quedar limpio de toda culpa. ¡Qué gran don el Divino Redentor puso a nuestro alcance!
Jesús cura a la hemorroísa |
A ejemplo de los protagonistas del pasaje del Evangelio de este 13º Domingo del Tiempo Ordinario, acerquémonos a Nuestro Señor y Él nos prodigará sus favores. En el Sacramento de la Eucaristía, más que estrechar la mano que levantó a la niña del lecho de muerte o tocar el manto cuyo contacto devolvió la salud a la mujer, cada uno de nosotros recibe a Jesús en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Si Él se da por entero a nosotros, ¿no habrá de curarnos las miserias, solucionar las dificultades espirituales e incluso suplir las carencias materiales? Roguemos a Jesús, por intercesión de María, una fe mayor que la de la hemorroísa y la de Jairo, para beneficiarnos de todos los tesoros que en su misericordia ¡Él quiere concedernos!
[*] Mujer que sufre de hemorragias y flujos constantes.
(Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice Vaticana)
* Fundador de los Heraldos del Evangelios