Mons. Joao S. Clá Dias, EP |
39 Él se levantó y ordenó al viento y al mar: “¡Silencio! ¡Cállate!” El viento cesó y hubo una gran calma. 40 Entonces Jesús preguntó a los discípulos: “¿Por qué son tan miedosos? ¿No tienen fe?” 41 Ellos sintieron un gran miedo y se decían unos a otros: “¿Quién es este, que el viento y el mar obedecen?”
Es bien paradigmática para nosotros esa tempestad por la que pasaron los Apóstoles. ¿Por cuántos peligros no pasamos nosotros también, durante la vida? Si ellos son evitables, no debemos enfrentarlos; si a ellos nos expusimos, si los buscamos y los queremos, es seguro que pereceremos. La fuga, en estos casos, acompañada de oración, es el mejor remedio.
Comenta Fray Manuel de Tuya OP: "Si bien los Apóstoles ya habían presenciado algunos milagros de Cristo, no se recordaron de su poder ante un espectáculo tan imponente. Pero su imperio sobre las fuerzas cósmicas desencadenadas les produce tan fuerte admiración que se preguntan quién es ese que tiene tales poderes” (9). Debido a la unión de las dos naturalezas - divina y humana - en la segunda persona de la Santísima Trinidad, "el hombre recibió en el tiempo la omnipotencia que el Hijo de Dios tuvo ab eterno", dice Santo Tomás de Aquino (10). El alma de nuestro Señor recibió el poder divino de hacer milagros en una tal superabundancia que es por transmisión de Él que los santos así también operan, como vemos en Mateo (10, 1) (11). Por esa razón manifestó todo su poder, inclusive sobre las creaturas irracionales, como los vientos, el mar, la tempestad; o, durante su Pasión, sobre varios elementos cuando el velo del Templo se rasgó, los túmulos se abrieron, la tierra tembló y las rocas se partieron (12).
Al respecto de este pasaje, comenta Teófilo: “Si tuviesen fe, ellos habrían creído que, aun durmiendo, [Jesús] podía conservarlos incólumes (…). Calmando pues, el mar con una orden –y no con una vara como Moisés (Éxodo 14), ni con la oración como Eliseo en el Jordán (2 Salmos 2), ni con el arca como Josué (Js 3)-, se mostró a ellos como Dios, y como hombre, cuando se entregó al sueño” (13).
IV – Las borrascas sobre la Iglesia
A lo largo de dos milenios, la Iglesia vio abatirse sobre ella toda especie de tempestades, amenazando su existencia. Y fueron persecuciones declaradas y cruentas, ora silenciosas e hipócritas. Odios mortales e ingratitudes históricas marcaron el curso de las herejías y los cismas.
Sin embargo, la Iglesia nunca dudó de Aquel que vela por su inmortal destino. Y aun cuando Él parece dormir, hace resonar en el interior de los fieles su infalible promesa: Ecce ego vobiscum sum omnibus diebus, usque ad consumumación saeculi - "Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). La Iglesia aprendió con los Apóstoles a invocarlo, dominando o no la tempestad, la barca, aun en medio de los más terribles peligros, jamás zozobrará. Al contrario, como que resurge siempre más fuerte, más joven y con belleza invariablemente aumentada. A cada amenaza, su gloria se eleva, por ser inquebrantable su fe.
¡Cuán gran bendición y que inconmensurable gracia es ser hijos de la Iglesia!
(Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice Vaticana).
9 ) Biblia Comentada, BAC, Madrid, 1964, v. II, p. 656.
10 ) Suma Teológica, III q. 13 a.1 ad 1.
11 ) Cf. Idem, III q. 13 a.2 ad 3.
12 ) Cf. Mt 27, 51-52 e Suma Teológica, III q. 44 a.4 ad 3.
13 ) Apud Catena Aurea.
Texto completo: Comentario al Evangelio del 12º Domingo del Tiempo Común -CicloB- por Monseñor João S. Clá Dias, EP
* Fundador de los Heraldos del Evangelio