Mons. Joao Scognamiglio Clá Dias, EP |
Lejos de despreciar a Nuestra Señora -¡lo que sería impensable! Jesús le dirigía el mayor elogio posible, pues afirmaba ser Ella más su Madre por hacer la voluntad de Dios que por haberle transmitido la vida humana. "No habla así para negar a su Madre, sino para manifestar ser Ella digna de honra no sólo por el hecho de haber engendrado a Cristo, sino también por todas sus virtudes". [9] A lo largo de unos
treinta años de convivencia con su Hijo, María fue perfecta en la realización de la voluntad de Él, guardando todas las cosas en su corazón (Lc 2, 51). Porque creía que Jesús era la Verdad, la Virgen Santísima - en contraste con aquellos que lo juzgaban loco - se conservaba siempre en una postura de sumisión a Él, incluso frente a lo que no entendía.
III – Seamos familiares de Jesús, como lo fueron María y José
La liturgia de hoy es de una importancia fundamental para comprender el valor de esta "consanguinidad espiritual" con nuestro Señor Jesucristo, a la que jamás podemos renunciar. ¡Cuántas veces, desgraciadamente, nos comportamos de modo egoísta, nos ponemos en el centro de todo y cometemos una falta! Hacer la voluntad de Dios significa que seamos rectísimos e íntegros, sobre todo punta de vista, a semejanza de la Madre de Jesús.
Para ello necesitamos admitir nuestra debilidad, conscientes de que, conforme nos enseña el Divino Maestro, la podredumbre nace dentro del hombre (Mc 7, 21-23). Debemos, pues, sorprendernos cuando practicamos un acto bueno, reconociendo que éste proviene de la filiación espiritual que Él nos ha concedido por la gracia. Si los fariseos sintieran la miseria que tenía su interior, tal vez hubieran mirado a nuestro Señor con humildad y acogiesen en su alma la salvación. En el Cielo están, de hecho, no sólo los inocentes, sino también San Dimas, el buen ladrón, canonizado en vida por el Redentor (Lc 23, 43) -, San Agustín, Santa María Magdalena y tantos otros que se confesaron culpables y obtuvieron perdón. En sentido opuesto, en el infierno padecen todos los pecadores que, por orgullo, persistieron en el error. He aquí el gran problema de la naturaleza humana en caída.
¡Pidamos a la Santísima Virgen el don extraordinario de la humildad, para que nos sean abiertas las puertas de las eternas bienaventuranzas y lleguemos a la plenitud de la familiaridad con Nuestro Señor Jesucristo!
[9] TEOFILATO, apud SÃO TOMÁS DE AQUINO. Catena Aurea. In Marcum, c.III, v.31-35.
(Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios”, Volumen II Librería Editríce Vaticana)
Texto completo en: Comentario al Evangelio del 10° Domingo del Tiempo Ordinario –Ciclo B- por Mons. João Scognamiglio CláDias, EP*
(*) Fundador de los Heraldos del Evangelio