jueves, 31 de mayo de 2018

Comentario al Evangelio de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi, domingo 3 de junio) por Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias EP *

[…] III - La Eucaristía, María y nosotros
Expresión impar de la benignidad de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía es el hecho que podamos adorarle expuesto en el ostensorio. Si el sol trae ventajas para nuestra salud física, ¡mucho más grande es el beneficio que el creador del sol prodiga a nuestra salud espiritual cuando estamos ante Jesús-Hostia!
Nuestra conciencia delante de la Eucaristía
Sin embargo, como no siempre nuestras disposiciones corresponden a lo que Él espera de nosotros, es oportuno detenernos en un examen de conciencia. En el día a día, ¿cómo es mi devoción a la Eucaristía? ¿Al pasar delante del Santísimo Sacramento en una iglesia, procuro adorarlo con fervor? ¿O me dejo llevar por la rutina?

¿Comulgo en la santa Misa, persuadido de que Nuestro Señor Jesucristo sale del copón contento por unirse a mí y, al penetrar en mí ser, me santifica el alma y el cuerpo? ¿Después de la comunión, mi acción de gracias ha tenido la adecuada solidez y fervor? ¿Le agradezco por haberme hecho su tabernáculo, estableciendo conmigo un relacionamiento que jamás tendrá con un sagrario material,  por más precioso que éste sea, y por haber entrado en consonancia conmigo, purificando mis intenciones, dándome fuerzas sobrenaturales y robusteciéndome las virtudes y los dones del Espíritu Santo?
Debo recordarme que, entre los que recibieron la Eucaristía en la Santa Cena estaba el traidor de Jesús…
¿Será que, como él, alguna vez tuve la infelicidad de comulgar sacrílegamente, o sea, habiendo cometido una falta grave que me había despojado de la gracia de Dios? ¡Suplicaré a Nuestro Señor, con energía, que esto nunca me suceda! Con su Sagrado Corazón desbordante de afecto, pero también de justicia, Jesús pide de cada uno de nosotros el día de hoy: “¿Qué has hecho de ese beneficio extraordinario, el mayor tesoro que te dejé?” Y de sus labios oiré la recriminación por las veces en que lo recibí con tibieza; o con prisa, tomado por distracciones voluntarias; o con una culposa insensibilidad; o aún maculado por el pecado, en caso de haber  incurrido en esta desgracia...
La Santísima Virgen el más perfecto de los tabernáculos
El más excelso tabernáculo
Es posible que, llegando a este punto de la lectura, sintamos que la conciencia nos acusa. Volvamos entonces a Nuestra Señora, en cuyo claustro virginal - el más perfecto de los tabernáculos - el Niño Jesús vivió a lo largo de nueve meses.
No es difícil imaginar la impostación de espíritu de Ella durante este período de gestación. Por más que estuviera ocupada con sus quehaceres diarios o conversando con otras personas, todo su ser se concentraba en el divino huésped que Ella traía en sí. ¡He aquí el verdadero recogimiento! Todos los pensamientos, sentimientos y emociones de Ella convergían hacia Nuestro Señor Jesucristo, y fuertemente apasionada por Él, lo adoraba en cuanto Dios y lo amaba en cuanto su Hijo. ¡Fue Ella la única madre que puede amar su hijo con total intensidad, sin el menor temor de amarle más que a Dios…, porque era el propio Dios! Abismada en su humildad y en el completo olvido de sí misma, se consideraba como “Aquella que no es”, y reverenciaba continuamente a “Aquel que es”, en su seno purísimo. ¡Magnífico espectáculo de llaneza y excelsitud inconcebibles! Un corazón materno hecho de magnanimidad, del cual suben y bajan movimientos grandiosos, semejantes a las olas del mar o al son de melodías celestiales… Que a veces se eleva en un arrebatamiento por lo infinito, y otras se inclina lleno de ternura sobre el pequeñito infante.
Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP
También yo, cuando comulgo, acojo en mi interior el Verbo Encarnado con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, y Él allí permanece, como en un trono, durante cierto tiempo. Con los ojos puestos en el ejemplo marial de compenetración, admiración y gratitud a Dios, golpearé mi pecho implorando perdón a Jesús por todas mis comuniones frías y, dirigiéndome a la Santísima Virgen, le pediré: “Oh María, tú que confundes tu pensamiento con el de Nuestro Señor Jesucristo; tú, que armonizabas tu vida con la de Él; ¿qué piensas, oh Madre, de mi indiferencia hacia aquel que, siendo mi Creador y Redentor, tú me diste por hermano? ¡Oh mi madre, que tanto amas a Jesús, haz que yo te ame!
Tú, que todo lo puedes junto a Nuestro Señor, obtén que Él se apodere de mi corazón. ¡Amarlo es todo! ¡Adorarlo es todo! Si yo lo amo como debo, a tu ejemplo, la Eucaristía será el centro de mi existencia, el lugar sagrado de mi felicidad, la fuente de mi generosidad. ¡Oh mi madre, sea esta tu obra en mi alma! "
(Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice Vaticana).
Texto completo: 
Comentario al Evangelio de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi) por Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias EP
Fundador de los Heraldos del Evangelio.