I – Las premisas
Los pocos versículos del Evangelio de la Solemnidad de la Santísima
Trinidad son de fácil comprensión y hacen dispensables largas digresiones para
profundizar su significado.
Pero es de capital importancia, para mejor degustar el relato de San Mateo al
final de su Evangelio, conocer bien exactamente las causas que llevaron a Jesús
a afirmar a los Apóstoles: “Toda autoridad me fue dada en el Cielo y en la
Tierra”. Es decir, el porqué le tocó a Él, como Hijo del Hombre, conferir a los
Apóstoles el poder oficial de enseñar a todas las naciones y bautizarlas en
nombre de la Santísima Trinidad.
Para ello, antes de entrar en las consideraciones sobre este pasaje de San
Mateo,
discurramos sobre importantes premisas del Evangelio de hoy.
La transformación de las mentalidades
Con la acentuada y creciente decadencia moral de los últimos tiempos,
paulatinamente se van transformando las mentalidades, y pasan a regir nuevas
normas, rebelándose contra las eternas establecidas por Dios. Dando rienda
suelta a sus pasiones y vicios, en una progresiva vía de deterioro de los
principios morales más profundos, los hombres contemporáneos llegan a decir “en
sus corazones: el Señor no hace bien, ni mal [1]”; y terminan eligiendo para sí
máximas relajadas de vida: “Todo está permitido… Está prohibido prohibir”.
Ahora bien, si abrimos los Evangelios, constatamos que no fue ésta la conducta
de Jesús y ni siquiera por ahí rumbearon sus consejos. Por el contrario, el
Divino Maestro afirmó: “Sea vuestro lenguaje ‘si, si, no, no’ [2]”
Jesús fue piedra de escándalo
Durante su vida pública, Cristo dividió los campos entre el bien y el mal, la verdad y el error, lo bello y lo
feo. Así lo mostró, por ejemplo, San Beda, el Venerable, al afirmar: "Cuando
Jesús predicaba y prodigaba sus milagros, las multitudes eran tomadas por el
temor y glorificaban al Dios de Israel; pero los fariseos y escribas acogían
con palabras cargadas de odio todos los dichos que procedían de los labios del
Señor, así como las obras que realizaba [3]”. […]
Una promesa para los que tienen fe
Antes de la Pasión, Jesús prometió: “No los dejaré huérfanos; volveré a
ustedes” [26] Pero ahora, además de categórico, su compromiso es permanente y
más sustancial: “Estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
Jesús ciertamente no se refiere a la presencia eucarística con exclusividad,
pues había afirmado: “Porque cuando dos o tres estén reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos” [27]. O sea, se trata de una presencia
misteriosa y atrayente. Él vivificará su obra, la Iglesia, animándola y
fortificándola sin cesar. Es la proclamación, según San Jerónimo, del triunfo
de la Iglesia, pues Él nunca se alejará de los fieles que en Él creen.
[1 ] Sof 1, 12.
[2] Mt 5, 37.
[3] Hom. 15, De purificatione Beatae Mariae, PL 94, 79.
[26]Juan 14, 18.
[27] Mt 18, 20.
(Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP
in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice
Vaticana).
Texto completo en: Comentario al Evangelio de la Solemnidad de la Santísima Trinidad por Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP
(*) Fundador de los Heraldos del Evangelio.